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Cristina Pacheco recibe la Medalla Rosario Castellanos; “hoy me ha pasado lo más increíble”, dice la escritora

Chiapas
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La escritora y periodista Cristina Pacheco fue galardonada con la “Medalla Rosario Castellanos”, instituida por el Congreso local el 5 de noviembre de 2004, para reconocer a mujeres y hombres mexicanos que se han distinguido por su contribución al desarrollo de la ciencia y el arte, o como servidores del Estado, la Patria o la Humanidad.

 

Hoy, de manos del gobernador Manuel Velasco Coello, Pacheco recibió la presea que lleva el nombre de la autora de ‘Oficio de Tinieblas’. Tras escuchar una lectura sobre su trayectoria, la galardonada subió a la tribuna para improvisar una carta que hubiera escrito a Castellanos.

“Agosto de 2018: Querida Rosario, ¿sabes una cosa? Hoy me ha pasado lo más increíble. Aquí, en un estado que tanto amaste, a cuya tierra alimentaste con tu literatura y con tu gracia, acaban de darme una medalla que lleva tu nombre y tu rostro. Y eso me recuerda la primera vez que nos encontramos. 

“Tal vez lo hayas olvidado. Yo no. Era universitaria en la Facultad de Filosofía y era empleada, era secretaria en el décimo piso de la Universidad. Mi trabajo era de mil usos, llevaba papeles, pasaba los originales, traía los cigarros, servía los cafés. 

“Y en uno de mis días de trabajo se abrió la puerta del elevador del décimo piso y apareció una mujercita pequeña, con un vestido muy holgado de tela estampada, como una tela muy antigua. Llevabas, porque tú lo sabes, un suéter negro sobre los hombros. Y entraste directamente a donde estaban los redactores de la revista de la Universidad. Todos ellos al verte hicieron un movimiento de admiración, de encanto y de alegría. 

“Me consta que estuviste ahí y que yo también estuve ahí. Porque aún conservo la fotografía en donde aparecen tus amigos y tus admiradores: Juan García Ponce, Carlos Valdez, Manuel Michelli, José Emilio Pacheco, en fin, todos los que entonces alimentaban la revista de la Universidad. 

“Aquella mañana me pediste un café. De una manera muy delicada y amable. Te lo agradecí en el momento en que te entregué la taza humeante. Se acercó una de las muchachas, una de mis compañeras a preguntar: “Maestra Rosario –yo no sabía que era ella, yo aún no la conocía--, tengo que hacer un trabajo y no sé cómo se escribe: feminidad o femineidad. Y Rosario le contestó muy mona: ‘de ambas formas, señorita, suele y puede decirse´”. 

Prosiguió: “Después nos explicó su expresión tan barroca y chocante. Lo que pasa es que yo realmente no sé cómo se dice. Si femineidad o feminidad, pero no la voy a traicionar. Eso hizo que me encantara.  Me puso muy cerca de ti. Me hizo comprender que nos entenderíamos, si no como amigas, porque había una diferencia de edades, pues por lo menos como personas muy cercanas. A partir de aquella mañana, cada que llegabas a tomar el café con tus amigos de siempre, con las maravillosas montañas al fondo de la ventana, era para mí una alegría, algo muy importante, ver el brillo de tus ojos, la sonrisa y, sobre todo aquella risa, escasa pero muy impresionante. Eran puntitos de alegría. 

“Y, claro, al verte así tan contenta, tan elogiada, tan segura, nunca imaginé que tú te sentías como una célula hermética. 

“Cuánto me hubiera gustado acompañarte en aquella soledad que ha sido uno de los centros de tu vida. Es quizá la poetisa, en la que más veces he encontrado ese término que es tan doloroso y terrible, que significa: abandono, desamor, tristeza y, desde luego, una especie de rehacerse todos los días para evitar la muerte”. 

De acuerdo con Pacheco, hay un poema en el que Rosario dice: “Yo no soy hija de nadie, soy hija de mis sueños, de mi imaginación, y para salvarme de los demonios que me acechan lo único que tengo son palabras”. 

Después se volvió a encontrar muchas veces con Rosario. Empezó a leerla. Se detenía un poco, le impresionaba demasiado. A veces iba a recoger a José Emilio para llevarlos a las reuniones de la Universidad, pero ella no se atrevía a hablarle a Rosario. Sin embargo, la empezó a leer. 

Y muchos años más tarde empezó a formar parte de su vida por varias razones. “Una de ellas es que, cuando nació mi hija mayor, fue su madrina. Y eso fue muy importante para ella”, dijo. 

Y eso hizo que hubiera un trato familiar entre ambas, aunque no se frecuentaran. 

“La leíamos. Y cuando se fue a Israel prometimos que algún día iríamos a buscarte y a seguirte. Y a reírnos de todas las cosas que te gustaba reírte. Empezando por tus propios defectos y tus propias equivocaciones. 

“Yo nunca he visto nunca una mujer tan neta, tan sobria. Y algo también que me gustaría decirte, Rosario, es que llevó el lenguaje de todos los días, el que usamos todos nosotros para pedir una taza de café, un cigarro, un papel, una servilleta, para llamar cortina a las cortinas, mesa a las mesas, es lo que enriquece su poesía. Une poesía limpia, clara e incomparable”, agregó Cristina Pacheco.   

Y más: “La elegancia de Rosario es tan única, tan única como fue su sonrisa”. 

Luego soltó: “No quiero tomarles más tiempo. Sólo les diré que la última vez que la vi, estaba rejuvenecida y muy bella. Se veía feliz, estaba radiante de dicha. Ahí en la casa de Wilberto Cantón, la vimos mi esposo y yo. Y, como siempre, hicimos recuerdos de los viejos tiempos, de aquel décimo piso de la Universidad. De las bromas que se hacían entre los escritores de la revista. De la forma en que se trataban unos a otros sin ninguna solemnidad”. 

En el fondo de todo esto, recalcó la homenajeada, hay experiencias duras, difíciles, que tienen que ver con la soledad y la muerte. 

“Alguna vez tuve el privilegio, lo lamento, de haberte entrevistado. Era yo demasiado joven, demasiado inexperta, para entender lo que Rosario me dijo. Lo que Rosario trataba de explicarme al hablarme una vez más, de una de esas obsesiones que nunca la abandonaron: la soledad y el desamor.   

“Rosario Castellanos, por última vez, diré, nunca volvió a encontrarse con nosotros. Nos escribimos alguna vez, leíamos sus artículos, pero siempre quedó pendiente una conversación que no tuve contigo Rosario. 

“Me gustaría estar a la altura de tu poesía para poder continuarla, para poder seguirla. No tengo el don de los poetas. Pero alguna vez haré un retrato tuyo que te haga ver como querías verte: un árbol lleno de muchos pájaros, esos pájaros existen, el árbol existe. Las aves vuelan cada vez que uno de nosotros se da el gusto, se da el placer de abrir uno de tus libros y ver aquella lívida luz que te iluminaba”, concluyó. 

Cristina Pacheco nació en San Felipe, Guanajuato, el 13 de septiembre de 1941. La ensayista y narradora estudió letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Dirigió las revistas ‘La Familia’, ‘La Mujer de Hoy’ y ‘Crinolina’, y ha colaborado en periódicos y revistas como ‘El Popular’, ‘El Sol de México’, ‘El Universal’, ‘Excélsior’, ‘Novedades’, ‘Siempre’, ‘Sucesos para todos’ (con el seudónimo de “Juan Ángel Real”), ‘Unomásuno’.

Desde la fundación de ‘La Jornada’ ha colaborado con entrevistas, reportajes y las series “Mar de historias” y “Eje Central”. Fue jefa de redacción de la Revista de la Universidad.

Ha sido titular de programas radiofónicos de Radiocentro, XEW, Radiofórmula y Radio Capital, donde conduce el programa “Desde la capital”.

Cristina Pacheco se inició en el periodismo televisivo en el C-13. Sus primeras colaboraciones en C-11 fueron: “Así fue la semana” (sección de literatura) y la serie de entrevistas con Juan de la Cabada “De todos modos Juan te llamas”. Por el mismo canal conduce desde 1978 el programa “Aquí nos tocó vivir”, y a partir de 1997 la serie “Conversando”.

Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio Nacional de Periodismo 1985 por Entrevista, en 1986 por Mejor Programa de Servicio a la Comunidad, y en 1987 por Crónica.

En 1988 obtuvo el Premio de la Federación Latinoamericana de Periodistas por labor informativa. Premio Manuel Buendía 1992. Premio Rosario Castellanos 1996. Premio de Periodismo Fernando Benítez 2000, otorgado por la Universidad de Guadalajara. Medalla al Mérito Ciudadano 2000, otorgada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Premio Comunicación Universidad Latinoamericana 2001. Premio Rosario Castellanos a la Trayectoria Cultural de la Mujer 2012.

En 1977 se integró al equipo de colaboradores de la revista ‘Siempre’, y también publicó entrevistas, crónicas y artículos en los periódicos ‘El Sol de México’ y ‘La Jornada’, donde a partir de 1986 contribuye con su sección de opinión “Mar de Historias”.

Desde 1980 conduce la serie de televisión “Aquí nos tocó Vivir”, el primer programa de televisión que recibe a nivel internacional el reconocimiento Memoria del Mundo en México, por la Organización de las Naciones Unidad para la Ciencia y la Cultura (UNESCO). 

En este programa, Cristina se acerca a conocer la vida de las personas y retrata su día a día, dándole tanta importancia a su historia como si ella fuera uno de los personajes.