Boca del Cielo. Soledad, pasión y ocaso, del compositor y director de orquesta chiapaneco Federico Álvarez del Toro, colaborador del semanario Proceso, es el nuevo volumen que narra bioluminiscencias poéticas entre cien fotografías paradisíacas y de erotismo tropical.
De acuerdo con la publicación canadiense Art Natura Bolearis, “el compositor Federico Álvarez del Toro, convocando a la lente sensible de varios artistas, realza su tributo a Boca del Cielo y la sensualidad del Océano Pacífico… el uso del blanco y negro es tanto un acierto estético, como un reto para los fotógrafos” (Proceso, 2147).
Reproducimos para nuestros lectores uno de los últimos capítulos de la treintena que conforman este libro --de los más bellos del autor-- dedicado a la grandeza del terruño y hace una alabanza a sus habitantes costeños, donde el prologuista Roberto Chanona recoge un relato de viva voz contado por el pescador Chu Vázquez, en torno a lo sucedido durante el sismo del año pasado en aquella hermosa pero olvidada región marina de Chiapas.
La gran marejada
Después del 7 de septiembre, fecha del gran sismo que afectó a la mitad del país y cuyo epicentro fue la costa de Chiapas, regresé a mi cabaña en la isla San Marcos para platicar con Jesús Vázquez, mi amigo Chu, que habita en ella. La narración que transcribo es su testimonio de esa noche de Luna llena cuando se cimbró la isla con el terremoto de 8.2°, la fuerte marejada cruzó y llegó al estero.
…Allá estábamos, en el lugar donde siempre vamos a pescar, como a las diez u once de la noche, cuando se escuchó un gran retumbido que venía del mar. Entonces, le dije a Irma que andaba conmigo: ‘--Como que va a haber temblor’, y ella me contestó: ‘--No, tal vez no’. Al rato, como media hora después, se deja venir aquella gran tembladera.
Los palos tronaban pra, pra, pra, los que están ahí enfrente, donde está el paradero; el manglar se meneaba. Y de ahí, aquella mujer empezó a ponerse nerviosa: ‘--¡Chu, el temblor!’. Y no paraba, cada vez más duro. El agua se movía, la lancha se hacía pa acá, pa allá, a mi hijo que estaba adelante pescando le grité: ‘--¡Jesús, el temblor!’.
‘--Sí papá’ –contestó--. A esa hora se chisparon los copos [1], se aflojó la tierra y se soltaron las cuerdas. Entonces los levantamo como pudimo. Pensábamos quedarnos otro rato, porque estaba llegando camarón, pero les dije: ‘--Mejor vámonos a la cabaña’. Llegamos y nos quedamo en la orilla espulgando el camarón. ‘--Voy a abrir la puerta pa que entremo’, les dije. Saqué la llave y me quité el short pa dejarlo secando; pero donde estaba metiendo la llave en la puerta, me quedé mirando pa el mar… cuando voy viendo esas dos grandes olas que se dejaron venir.
A esa hora ya ni tiempo me dio de sacar la llave. Me fui corriendo entrecruzado, gritándoles: --‘¡Ahí viene el mar, se va a salir!’. Al llegar a la lancha, no podíamo desatarla. Ahí estábamo cuando llegó la primera ola, de ahí la otra, vi cómo pasó aquel refrigerador que teníamos de hielera a raja tabla, que si nos agarra, ¡jum!, no lo contamo. Desatamo como pudimo la lancha y el motor arrancó a la primera. Nos juimos, cuando me quedo mirando pa la bocana y allí venía aquella gran blancura retumbando haciendo la ola. Aceleré pa irnos más rápido. Al llegar por donde están los marinos, ahí nos alcanzó la ola.
Aquella mujer gritaba: --‘¡Jesús, nos vamo a morir!’. ‘--Tranquilízate, mujer --le decía. Mi ahijado que venía con nosotros, gritaba: ‘--¡Padrino, ahí viene la ola, métale!’, pero cuál, si ya no daba el motor y de suerte que traía el 25, que si hubiéramos andado en el cayuco con el motor pequeño, nos volteamo. Ahí hubiera estado duro, porque por salvar a Irma, ella me hubiera agarrado. En fin, pasamo como pudimos la ola.
Allá por donde Adrián Ramos, miro que venía otra ola y entonces me dije, si me meto donde Adrián, nos va a voltear la lancha. Y agarré pal Caracol y logramos pasar la ola, pero ya íbamos con la lancha medio hundida donde entró el agua por atrás. Que si hubiera llegado otro tumbo, nos hundimos. Con la fuerza que llevaba esa ola, llegamos hasta lo seco, por la pochota del embarcadero, en el terraplén.
Cuando el agua se retiró, la lancha quedó en la vil carretera. Entonces, solo había un carro de Manuel de Ponteduro, que había llegado a recoger a mi prima, todos los demás ya se habían ido. Irma se fue rápido al carro y me gritaba: ‘--¡Apúrate, Jesús, deja el motor ahí! ¡Cuidá tu vida!’. ‘--Andate, dejame acá --le dije--, voy a meter el motor, no se vaya a quebrar’. ‘--Ahí dejalo botado’, me seguía gritando. A esa hora saqué el motor y lo dejé donde Ana y nos juimo.
“Pero cuando íbamo a Ponteduro, Irma se dio cuenta. ‘—Pa allá no quiero ir --dijo--, quiero ir pa Tonalá. En Ponteduro está cerca el mar, igual se va a salir’. A esa hora le hablamo a Manuel: ‘--Hermano, aquí nos vamo a quedar, vamo a ir a Tonalá’. Bueno, ahí nos apió. Íbamos caminando cuando nos alcanzó una persona de Pueblo Nuevo. Le hice señas y se paró: ‘--Hermano, danos un ráid a Tonalá, esta mujer va enferma’. ‘—Súbete, hermano’. Yo iba entrusado [2], con las botas y la lámpara en la cabeza; ella llevaba vestido y un pantalón por el zancudo. Entonces me dijo: ‘—Allá cuando nos bajemo en Tonalá, te voy a dar el pantalón’. Al bajar, nos cambiamo y nos fuimo pa su casa. Al llegar con su hija, ahí se desmayó. Le hablaron a la ambulancia y la subieron y así, poco a poco, se fue normalizando. Pero ahora la gente anda diciendo que como ya yo andaba en el parque de Tonalá entrusado, con botas y con la lámpara alumbrándole al presidente porque no había luz, que el presidente y yo… ¡jajajaja!”.
Las alegres carcajadas de Jesús retumban en el estero, disipando nuestro temor. Levanto la vista y veo los estragos causados por el terremoto y la marejada. El cielo azul, el ancho mar y la lenta corriente del estero nos devuelven la confianza. Volteo a ver a “Chu” y me acuesto en la otra hamaca.
NOTAS
[1] Copos: Bolsas de red con la cual terminan varias artes de pesca; pesca capturada con esas bolsas.
[2] Entrusado: en trusas, en calzones.