Este año se conmemora el primer Siglo del nacimiento de Juan José Arreola y por tanto la Universidad de Guadalajara y la UNAM se están preparando para rendir un cálido homenaje a una figura que sirvió a ambas instituciones. Cierto es que cuando cesa la vida la muerte cobra de inmediato tres significados como un hecho, un acto y un evento de acuerdo a Don Pedro Laín Entralgo. En efecto, la muerte es un hecho porque supone el cese de toda actividad biológica.
Es un acto, porque en un instante la vida se nos ha separado y se ha iniciado un proceso de alejamiento de la persona de todo lo que le fue familiar, comenzando por sus seres queridos, sus obras, sus cosas y todo aquello a lo que le dió vida y le rodeó, que a partir de ese momento le serán ajenas, pues la ruta es personal hacia el arcano de donde nadie hasta ahora ha retornado.
Pero la muerte es también un evento, un punto de despedida y de inicio. Despedida del mundo, de sus gentes del contexto que continuara ya sin nosotros y del universo que se moverá sin que pueda detenerse siquiera a despedirnos. Pero es también el momento de inicio de una ruta desconocida. Algo así, como lo que Octavio Paz denominó “el escepticismo del que nadie escapa, pues no hay certeza, tanto de la continuidad bajo otra existencia, como tampoco evidencia alguna que nos lleve a dudar siquiera de que hay otra vida después de esta”
En efecto Juan José Arreola como todo ser humano tuvo al morir los tres significados, pero ¿qué me hace seguir recordándolo con frecuencia?, ¿qué es lo que me motiva para hablar de él cuando ya no está entre los vivos? En el fondo de mí, siento que el construyó un horizonte de recuerdos unidos a su persona que aún cobran vida a pesar de los años: En efecto Juan José sigue leyéndose en la feria, en sus varia invención, en su bestiario y en sus palíndromas, para solo evocar algunas de sus obras. Pero quizá lo más importante es su recuerdo imperecedero como maestro, conferencista o platicador. Y en esa última lista de la cantidad interminable de amigos que cultivó, me permito incluirme.
Conocí a Juan José Arreola en 1974 cuando acababa de entrar a Canal 13, donde como comentarista coronaba la parte final de Notitrece, con lo que él cerraba el programa. Su trabajo consistía en que tomara cualquier tema e hiciera una exposición de aproximadamente 10 minutos, a los cuales él nunca se ceñía, pues era imposible detenerlo En esas platicas Juan José deleitaba al auditorio, pues poseía varias cualidades que le permitían acentuar su personalidad. Para comenzar había estudiado en su juventud teatro en Paris, lo que le posibilitaba al dominio del escenario mientras él improvisaba. Al mismo tiempo integraba el tema que coincidía invariablemente con un final sorpresivo y esto consistía en su enorme capacidad inventiva y la multitud de libros de todos los temas que había leído, pues desde su juventud había trabajado primero en una imprenta y después fue corrector de estilo del Fondo de Cultura Económica que apenas comenzaba.
Además hay que añadirle una cualidad adicional: Juan José Arreola fue un hombre que se forjó a sí mismo, pues aunque vivió en el medio académico universitario, él no tuvo esa oportunidad de acceso, lo que no fue impedimento para ser un verdadero autodidacta. Por ello en él se formo el cuentista, el narrador, el cronista, el novelista, el conferencista y el ajedrecista, todo en uno, con una formación original que solo él pudo forjar para sí mismo.
Ahora recordemos también a Juan José como maestro: la ocasión se le presentó en los años cincuenta cuando fue nombrado director de la Casa del Lago de la UNAM, a la que llenó de talleres libres, en particular los de literatura y poesía donde pacientemente corregía textos diversos que le presentaban y de los cuales salieron muchos de los personajes de la nueva generación, incluso lo recuerdo en la ocasión en que en 1968, previo al movimiento estudiantil, recorrió todas las preparatorias, escuelas y facultades de la institución y comenzaba con estas palabras: “he venido a platicar con ustedes para tener contacto con los jóvenes y de esta manera no envejecer prematuramente”
No de menor importancia recuerdo también sus conferencias sobre ajedrez y la manera apasionada como hablaba de las partidas magistrales del gran maestro Capablanca y al mismo tiempo rompía los mitos acerca de la supuesta ventaja de las blancas al iniciar las hostilidades en el tablero, cuando reconociera que esto no tenia nada que ver con el resultado. Además de narrar las experiencias de los grandes maestros al modificar la estrategias logrando a partir del periodo soviético de que pudiera haber un final escenificado por peones dando jaque al rey por estar debidamente apoyados por las otras piezas.
Pero ahora retornemos mi relación con el personaje: recuerdo ahora una de tantas platicas que se sucedían en ocasiones antes o después del noticiero cuando ingenuamente le pregunté ¿si la literatura clásica griega había sido ya superada? Y de inmediato me respondió. “Jamás Guillermo, porque ellos descubrieron la esencia humana que son sus pasiones. Dime ¿cuando el ser humano ha dejado de amar o de odiar? De ser cruel o compasivo, de creer o ser escéptico, de ser activo o pasivo frente al destino que son las condiciones que la vida le impone. Las formas cambian, porque las épocas son así, pero los sentimientos permanecen. Mira las grandes obras artísticas y reconocerás en ellas tan sólo en la mirada o la expresión, lo que el artista quiso plasmar, incluso una combinación abstracta de colores hace que tu vista se dirija hacia ella y no puedas ignorarla. El sentir es lo humano”
Son tantas las anécdotas que este espacio resultaría demasiado estrecho para narrarlas, sin embargo de todas ellas quisiera destacar la última vez que nos vimos en 1975, que fue cuando me titule y él acudió a la fiesta de mi recepción, allí me dijo: ¿y ahora qué Guillermo? Y le dije me iré a un pueblo a enseñar a grupos mazahuas y él me respondió, “feliz de ti, yo que diera por volver a mi amado pueblo Autlán donde pasé mis primeros años y conservo tan bellos recuerdos. Pero la fortuna que siempre recompensa a los hombres sabios encontró la oportunidad en los últimos años de su vida y fue cuando la Universidad de Guadalajara lo recibió como el gran personaje que fue. Por lo que hoy como ayer, Juan José Arreola permanece aún entre nosotros.