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APELLIDO PRIMERO, APELLIDO SEGUNDO

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Una de las tradiciones más sólidas de la antropología es la de estudiar los sistemas de parentesco tan diferentes que existen en el mundo. Las reglas simbólicas que definen los vínculos familiares son fundamentales para definir otras cuestiones y es apasionante ver cómo hoy se han ido transformando obligaciones y prohibiciones que conllevan las relaciones de parentesco. En este proceso han jugado un papel primordial las nuevas técnicas de reproducción asistida, las adopciones internacionales, y los desplazamientos provocados por las migraciones y las guerras. En la reconfiguración de los sistemas de parentesco se han ido articulando nuevas creencias y nuevas prácticas de paternaje y maternaje, lo que ha requerido que se reformulen ciertas leyes y se cree un nuevo vocabulario para referirse a los nuevos vínculos.

Este proceso no ha estado exento de disputas, pues ha quebrado elementos tradicionales del orden simbólico. Un caso paradigmático es la legalización de las relaciones de personas del mismo sexo. En la Ciudad de México el reconocimiento de las parejas del mismo sexo fue emblema de una aspiración democrática y expresó tanto la fuerza de los grupos lésbico-gays que impulsaron esa decisión como el talante más liberal de los chilangos. En marzo de 2010 entró en vigor una enmienda simbólica que la Asamblea Legislativa del Distrito Federal hizo para que en el acto de matrimonio se evitara mencionar el sexo de los contrayentes, y en lugar de hablar de “mujer y hombre” se hablara de personas. El matrimonio igualitario, que el 19 de junio de 2015 la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció jurídicamente y que hoy ya cuenta con todos los derechos del matrimonio tradicional, sigue siendo un tema de disputa en otras entidades federativas, donde las parejas del mismo sexo se topan con los prejuicios religiosos de los funcionarios públicos y tienen que poner un amparo.

Las parejas tanto heterosexuales como homosexuales han recurrido a las tecnologías de reproducción asistida para formar sus familias. Estas técnicas incluyen cualquier procedimiento médico que cumpla con la función de asistir a una persona en el proceso reproductivo manipulando los gametos (óvulos y espermatozoides). Incluso se llega a procrear a un ser humano en un laboratorio y luego, ya embrión, es implantado en el útero de una mujer. Estas técnicas, que se usan en personas heterosexuales con dificultades para fecundar o concebir, también han servido para cumplir el deseo de las lesbianas de ser madres y de los gays de ser padres. Vía la inseminación artificial y la subrogación materna se ha podido cumplir el anhelo de criar a un ser humano. Hoy es común ver a dos mamás, incluso a dos papás, llevar de la mano a sus criaturas.

Sin embargo, cuando dos lesbianas o dos gays tienen que registrar a su criatura, el formulario dice “apellido paterno y apellido materno”. En estos casos hay dos madres o dos padres, y la criatura llevará los apellidos de las dos. ¿Por qué una de esas madres tiene que poner su apellido bajo la clasificación de “paterno” y por qué un gay debe incluirse bajo el rubro “materno”? En otros países ya se ha quitado el término “paterno” o “materno” y se pone solamente “primer apellido” y “segundo apellido”.

En México, no obstante que ha habido iniciativas muy progresistas de reconocimiento de la diversidad familiar, todavía en muchos documentos “oficiales” se pide el “apellido paterno” y el “apellido materno”. Pero además esta forma tradicional de registrar no sólo afecta a lesbianas y gays, sino también a parejas heterosexuales que preferirían poner primero el apellido de la madre. Suelen ser razones simbólicas y afectivas las que llevan a una pareja heterosexual a querer que su criatura lleve antes el apellido materno.

Un hombre que tuvo cuatro hijas mujeres lamentaba de que “su apellido” se iba a perder, y una de las hijas le propuso a su marido cambiar el orden, y éste gentilmente aceptó. Hoy hay un abuelo orgulloso de dos nietos que llevan su apellido y que, si éstos a su vez deciden tener hijos, lo pasarán a la siguiente generación. La felicidad que este cambio produjo en esa familia no la han logrado otras parejas que enfrentan el problema al tener que llenar un formato que dice “apellido paterno” antes del “apellido materno”.

Cada vez hay más matrimonios igualitarios, y cada vez hay más parejas dispuestas a poner antes el apellido de la madre que el del padre. Sus razones tendrán, y está claro que aunque el orden de los factores no altera el producto, sí altera el orden simbólico patriarcal. No voy a enrollarme con una disquisición histórica acerca de por qué nuestro sistema de parentesco es patriarcal. Solamente me interesa plantear la necesidad de que se sustituya esa manera de solicitar datos personales con la instauración de “primer apellido” y “segundo apellido”. Es una manera más correcta, que reconoce implícitamente la igualdad de las mujeres y los hombres, y de las parejas homo y heterosexuales.

En el mundo actual, elegir qué apellido va primero es asunto de cada pareja. El Registro Civil está para eso, para registrar, pero no para imponer el orden de prelación tradicional. Los tiempos cambian, las actas también deben cambiar.

Este análisis se publicó el 28 de abril de 2019 en la edición 2217 de la revista Proceso