Sólo un mexicano mezquino quisiera que al presidente le fuera mal. Sólo alguien con el espíritu encogido podría desearlo. Andrés Manuel López Obrador tiene la oportunidad real de llevar a cabo transformaciones profundas y benéficas en un país que las necesita. Tiene todo para corregir errores, modificar políticas públicas, limpiar y fortalecer una institucionalidad fallida. Tiene todo para gobernar bien: apoyo popular, mandato para el cambio, mayorías legislativas, una oposición desacreditada, una población que lo sigue y lo admira. Y precisamente por ello preocupa tanto que cometa errores que reducirán su margen de maniobra; sorprende la improvisación en la que con frecuencia cae; asombra la cantidad creciente de heridas autoinfligidas.
Como el autogolpe que acaba de darse a sí mismo al declarar desierta la licitación para la construcción de la refinería de Dos Bocas, y el anuncio –sorpresivo– de que la obra será entregada a Pemex para su realización. Una decisión intempestiva que tomó por sorpresa incluso a miembros de su gabinete. Una decisión acelerada, producto del voluntarismo y no de la deliberación basada en datos, evidencia y posible impacto. Porque detrás de lo anunciado no hay una racionalidad económica defendible, sino una intencionalidad política cuestionable. El presidente piensa que es posible regresar a Pemex a sus años de gloria, cuando era palanca de desarrollo, la gran empresa petrolera nacional. Obsesionado con esa idea, insiste en canalizar recursos escasos a una empresa que ya no es lo que era y no podrá volver a serlo sin inyecciones de capital que el gobierno simplemente no tiene. Para AMLO, la refinería de Dos Bocas es santo y seña, símbolo y sello. No importa que sea inviable o cara o innecesaria o un despilfarro de recursos públicos. Al presidente sólo le importa que exista.
Y por eso opta por ignorar la evidencia; decide descartar la realidad. Las empresas extranjeras invitadas a la licitación restringida para construir Dos Bocas llegaron a la misma conclusión: no costará lo estimado por el presidente y no podrá ser completada en los tiempos decretados por él. Así de simple, así de sencillo. Los que podrían estar encargados de la obra alertan sobre su inviabilidad. Y en vez de escuchar, de sopesar y de replantear, el presidente se aferra. Piensa que Pemex podrá encargarse de la obra cuando hace 40 años que no construye nada. Cuando la empresa es notoriamente ineficiente y esa es una de las razones detrás de su descalabro. Cuando no hay razones para pensar que podría edificar algo a menor costo y en menor tiempo que compañías especializadas en refinerías. Pemex tiene demasiada deuda, demasiados problemas operativos, demasiada mala administración como para pensar que podría cumplir con las condiciones que el presidente impone y la realidad contradice.
PEMEX Y DOS BOCAS: HERIDA AUTOINFLIGIDA
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