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HOJAS LIBRES

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AMLO, el hombre que derrotó al sistema político mexicano, se pierde en la improvisación

Dilapida capital político conseguido entre angustias, persecuciones y amenazas

Andrés Manuel López Obrador formó parte del gabinete de Enrique González Pedrero, gobernador de Tabasco entre 1982 y 1988, primero como presidente del PRI y después como fugaz oficial mayor del gobierno estatal.

Desde entonces se propuso llegar, primero, al gobierno del estado y, después, a la Presidencia de la República. Apenas pasados los 30 años se separó de su mentor y trazó su propia ruta. En 1994 fue candidato a gobernador de Tabasco por el PRD, en contra del panista Juan José Rodríguez Prats y el priísta Roberto Madrazo Pintado.

Como se esperaba, ganó el PRI. El fraude fue escandaloso para hacer ganar a Madrazo en los tiempos en que era presidente Carlos Salinas de Gortari, gobierno en el que asesinaron a más de 500 perredistas para amedrentar a la formidable oposición creada por Cuauhtémoc Cárdenas desde el PRD y vencedor, en 1988, del candidato presidencial priísta, Carlos Salinas de Gortari.

Andrés Manuel siempre remó contracorriente. En ese 1994 documentó, en unas célebres cajas, los gastos de Roberto Madrazo, los 70 millones de dólares gastados para hacerlo gobernador. Ese dispendio excesivo era mayor que los 50 millones de dólares gastados por Bill Clinton para ganarle la presidencia de Estados Unidos a George Bush padre.

López Obrador mandó al diablo al PRI y a las instituciones para alistarse en la Corriente Democrática liderada por Cuauhtémoc Cárdenas y con la decidida participación de Porfirio Muñoz Ledo y la maestra Ifigenia Martínez.

De ahí surgió como candidato y ganador de la dirigencia nacional del PRD para el periodo 1996-1999. La historia y el destino son curiosos, y llenos de sorpresas fortuitas. En ese mismo tiempo, del 96 al 99, compartió oposición contra el PRI cuando Felipe Calderón fue presidente del PAN en el mismo lapso de tiempo, pero también Calderón, como candidato a gobernador de Michoacán en 1995, igual que López Obrador en 1994, perdió frente a la mafia electoral priísta.

Andrés Manuel siempre se enfrentó al sistema político mexicano y finalmente venció al sistema político mexicano. En 2006, Vicente Fox ordenó su desafuero como jefe de Gobierno del Distrito Federal. Hubo orden de aprehensión en su contra y el mismo PAN pagó la fianza para que no fuera detenido. Una privación de la libertad habría aumentado su popularidad.

Abiertamente, Vicente Fox intervino en la elección de 2006 para hacer ganar al espurio Felipe Calderón, quien también contó con el apoyo, de 200 mil votos fraudulentos, del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto. El resolutivo de la magistrada ponente Bertha Alfonsina Navarro, del tribunal federal electoral, exhibió la sumisión de todas las instituciones al poder presidencial: “Hubo intromisión del Presidente de la República, pero no fue determinante para el resultado electoral”. De antología, y vergonzoso, ese pronunciamiento para la democracia mexicana.

Seis años después, en el 2012, López Obrador enfrentó el poder de 19 gobernadores priístas para hacer ganar a Enrique Peña Nieto. El desaseo electoral fue evidente cuando el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, convocó a una reunión en Toluca para apoyar a Peña Nieto desde Fuerza Mexiquense y los estados expertos en fraudes electorales.

Al fraude electoral se sumó también el presidente Felipe Calderón cuando Peña Nieto perdía adeptos. El slogan de la candidata presidencial Josefina Vázquez Mota, “Peña no cumple”, había mermado las preferencias electorales del priísta. Con el cuento de que la pérdida de votos de Peña iba a la contabilidad de López Obrador, y no a la candidata del PAN, Calderón ordenó a Vázquez Mota cancelar esa frase publicitaria. Felipe Calderón devolvía así a Peña Nieto el favor de los 200 mil votos fraudulentos del 2006.

Contra todo ese aparato de poder del Estado, López Obrador logró vencer al sistema político mexicano en su tercer intento por conquistar la primera magistratura.

Si ese fue el espinoso camino recorrido durante 12 años, más los previos desde los años 80, no se entiende el por qué ahora dilapida ese capital político conseguido entre angustias, persecuciones y amenazas.

Su primer acto fatal de gobierno se dio cuando incumplió su palabra y canceló la continuación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Esa decisión autoritaria de gobierno le costó al país 60 mil millones de pesos bajo un juego de vanidades para impedir que Peña Nieto fuera recordado por esa magna obra. Si había corrupción había que castigar a los corruptos, pero no privar al país de los beneficios de una obra de esa trascendencia.

Expertos internacionales y mexicanos repiten, en coro, que el proyecto aeroportuario de Santa Lucía no garantiza la movilidad adecuada de pasajeros y que está condenado al fracaso, anunciado desde su concepción deformada.

El Tren Maya, y toda la parafernalia con los pueblos indios para pedir permiso a la madre tierra para invertir 150 mil millones de pesos, ya se sabe, con antelación, que terminará también en la ruina. Y más si su construcción se entrega al saqueador de Chiapas, Manuel Velasco Coello, el que dotó a Palenque de un aeropuerto inútil, pero que resultó un fantástico y redituable negocio.

Todas esas señales a los mercados son funestas. El gobierno de la cuarta transformación ha derivado en una caída de 11 por ciento en la inversión en los tres primeros meses de gobierno y continúa en caída libre. La inversión como proporción del Producto Interno Bruto se redujo del 23 al 21 por ciento y sigue a la baja. Y tan sólo en el primer tercio de gobierno se perdieron 60 mil empleos.

Las proyecciones iniciales del Fondo Monetario Internacional han reducido el crecimiento de la economía mexicana del 1.2 al 2.5 por ciento. Sólo que ahora ni siquiera llegará al uno por ciento, con mayor caída en la inversión y el empleo. La desconfianza se acentuó más con la renuncia de Carlos Urzúa, secretario de Hacienda, y no por la renuncia misma, sino por su contenido.

Grave lo expresado por el hoy ex secretario: “Se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”. Con esa expresión, Urzúa acusa a un gobierno de ocurrencias, como muchas de las improvisaciones que se han dado en el gobierno de la Cuarta Transformación, pero más preocupante es el párrafo que desnuda a un gobierno exactamente igual a lo más nefasto del priísmo autoritario: “Me resultó inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivo (sic) por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.

Por el tono de la renuncia se entiende que no fue pactada y emitida con toda libertad. Entonces, el gobierno de la Cuarta Transformación es, otra vez, la farsa. La economía nacional se sustenta en dos pilares: La Secretaría de Hacienda y el Banco de México, en donde deben prevalecer, fundamentalmente, la trayectoria y la destreza en política monetaria y política fiscal.

Carlos Urzúa está obligado a dar una explicación sobre ese conflicto de intereses. Hay cuando menos dos a la vista. La cercanía entre Arturo Herrera y Margarita Ríos-Farjat, titular del SAT, aunque ya aclararon que no son esposos. Y Rosalinda López Hernández, administradora general de auditoría fiscal del SAT, esposa de Rutilio Escandón, gobernador de Chiapas, y hermana de Adán Augusto López Hernández, gobernador de Tabasco.

Ampliaremos…