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LOS PROFETAS EN LA POLÍTICA

Columnas
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Dice el refrán: “Si quieres que Dios se ría de ti, platícale tus proyectos”. En efecto nada más lleno de incertidumbre que el futuro y nada más fatuo que los que creen tener el porvenir en sus manos. Bajo esta idea las dimensiones del tiempo nos ofrece la dimensión del pasado que ya se ha producido y que por su naturaleza es inmodificable. El presente que es el vinculo del instante entre el pasado y el futuro y este último como una intencionalidad que aún no se ha construido.

El punto central es el vínculo entre la política y el porvenir, es el plano donde se dan cita la marrullería, lo fantasioso, la simpleza, la superstición  y lo especulativo con la finalidad de crear un discurso que se asuma como representación de un futuro utópico que sirva de base para alcanzar el poder. Sin embargo hay que reconocer que entre intencionalidad y el hecho siempre habrá una brecha insalvable y que todo discurso que implique al futuro tendrá que enfrentarse a los resultados que terminan por agotar las promesas.

Pero veamos a través de la historia cada una de estas visiones de futuro y reconozcamos que la más antigua es la profecía que supone la emergencia de un liderazgo que se presenta como un elegido divino encargado de dar solución a una compleja situación a la que él le atribuye ser producto de un castigo divino, por lo que el profeta invariablemente planteara un retorno necesario a la tradición y al uso de las figuras del pasado de las cuales él se siente punto de continuidad y ruptura con respecto al presente y al futuro y donde el presidencialismo despótico es lo primero que hay que recuperar.

En su visión del poder confunde el papel de la ideología y en cambio se asume bajo un discurso moralista que ofrece la impresión de ser un líder moral que es ajeno al pasado de donde surgió. Por tanto crea decálogos bajo los valores que busca imponer y a partir de lo anterior confunde su visión mágico religiosa con la visión institucional fundada en una racionalidad institucional, lo que se traduce necesariamente  en la reiteración de una promesa que se mueve entre las expectativas discursivas de los demandantes con quienes dice coincidir en intención, pero se rompe en las prácticas de hecho.

Un caso de esta naturaleza fue el del monje Savonarola que durante el Renacimiento y ante al corrupción del Papado y de las grandes familias de la oligarquía Florentina generó un discurso incendiario que llevo a la “purificación” mediante el asesinato y la ejecución de sus enemigos, hasta que la ola de violencia lo envolvió y terminó en la hoguera. Donde el discurso quedó tan solo como una falsa ilusión que terminó en pesadilla.

En el momento actual la figura que encarna esta propuesta es sin lugar a dudas Andrés Manuel el hombre que transitó del viejo PRI que no pudo satisfacer su anhelo de llegar a la gubernatura de su natal Tabasco y encarnó el discurso de la aspiración democrática que nunca había tenido antecedente en su entidad, pues el mito del poder no era otro que la visión caciquil, autoritaria y fanática antirreligiosa de un sujeto como Tomás Garrido Canabal quien se constituyó en el personaje de horca y cuchillo a raíz de la revolución y bajo una contradictoria visión del socialismo.

En sí el discurso de López Obrador parte de visiones elementales generadas en las representaciones colectivas a las cuales se adhiere y reitera como una manera de que la gente piense que él coincide con esas concepciones simplistas que dividen al mundo entre los pobres buenos y los ricos malvados; entre los honestos que coinciden con su discurso y los corruptos que lo combaten, en una palabra entre quienes dividen el mundo como chairos y fifís y donde el futuro les pertenece puesto que la palabra y el hecho tendrán que encontrase necesariamente en un futuro, donde la felicidad se identifica con la perpetuación indefinida de la promesa y la realización con la permanencia de su liderazgo.

A partir de ahí los propagadores de la nueva fe serán llamados siervos de la nación y no pueden ser otros que los seguidores de su creencia como evangélicos, quienes asumen las nuevas representaciones a partir de sus denuncias y estas se convierten en las prioridades a combatir. Mientras que los fondos y el patrimonio de la Nación son utilizados para satisfacción de la “caridad” para remediar lo inmediato. En cuanto al líder se le identifica con figuras religiosas y es la emulación de Cristo en la Tierra y se confunde la redistribución de la riqueza con el control clientelar a cambio de su apoyo a su régimen.     

En cuanto a proyecto de gobierno rompe con toda la racionalidad programática y se excluyen todos los procesos de control, argumentando que son instrumentos tecnocráticos y se asumen por tanto bajo la sospecha, nunca probada en evidencia de ser corruptos. De esta manera la asistencia medica, la atención a los ancianos, las becas para estudiantes operan bajo una selectividad de sus particulares criterios y de la adhesión a su proyecto.   

Pero quizá lo más grave es la ruptura que se ahonda cada día entre las fuerzas que permitieron a AMLO llegar al poder  y las demandas crecientes de los partidarios que sumó para su ascenso. El punto critico son hoy las organizaciones radicales femeninas, que hoy lo cuestionan por su incapacidad para contener la violencia contra las mujeres y cuyos signos inequívocos son la ola de feminicidios y la ausencia de políticas públicas eficaces para combatirlo y darles protección a las mujeres frente a las amenazas de sus parejas, pues fueron cerrados por el actual régimen todos los centros de apoyo, además de la nula protección de ellas por parte de la autoridad.

Frente a ello el presidente minimiza los problemas, coloca como enemigos declarados de su régimen a quienes lo cuestionan, pretende reorientar al agenda hacia las futilidades como las rifas, lo que lo coloca como un cura pueblerino que considera que los problemas de su parroquia se resuelven con sorteos y kermeses, y que los pecados de su feligresía se resuelven con decálogos morales y no con la intervención decidida de las instituciones.

Esta visión profética propia de un futuro manifiesto concluye como farsa y lo más grave concluye en tragedia, puesto que en el momento en que la Fe en que se sustentaba la creencia, que se representa en popularidad, cede y se desarma frente a la incapacidad de crear las condiciones que hagan avanzar la economía hacia el crecimiento; muestren la eficacia y la eficiencia de un aparato administrativo profesional y capaz para enfrentar problemas. Transité de echar la culpa al pasado al hecho de asumir con todo rigor el presente y lo más importante cuando la visión del futuro requiere que encuentre en la viabilidad y no en el discurso las acciones que conduzcan hacia la resolución de problemas, donde no hay magia posible, sino reconocimiento que al remontar un problema estamos abriendo la puerta a una nueva problemática cada vez más compleja que la anterior.  Es ahí  cuando entendemos que el destino de todo profeta será ser lapidado.