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¿POLARIZACIÓN O CAOS?

Columnas
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La idea de que Andrés Manuel López Obrador está polarizando el país –es decir, dividiéndolo en dos bloques antagónicos que el lenguaje estrecho y anacrónico de “liberales” y “conservadores”; “chairos” y “fifís”, resume bien– me parece imprecisa. Lo que AMLO está generando es algo peor, algo que, a falta de una palabra para definir la profunda crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos, hay que llamar confusión, caos, anomia.

Lo que vivimos es un estado de múltiples violencias que la imagen de los mal llamados “anarquistas” retrata y que el presidente alimenta cada día. Bajo su monótono y cansado lenguaje polarizador, sus insultos, sus contradicciones, sus burlas, sus traiciones, sus mentiras, su anacrónico concordismo histórico, su ausencia de políticas públicas y el desmantelamiento de las instituciones, hay más que un intento por polarizar al país, una estrategia de poder. Más cerca de Vladislav Surkov –el oscuro genio detrás de Putin– y de Donald Trump, que de Maduro, AMLO y sus más virulentos seguidores interactúan, como en un videojuego, con la realidad cambiándola y distorsionándola constantemente. Ocultos bajo un lenguaje que simula evocar pasados revolucionarios –en AMLO la Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución; en sus epígonos estalinistas, la toma del Palacio de Invierno– y códigos morales de estilo evangélico, en realidad promueven el caos que se mide por el número de víctimas que en casi dos años de su gobierno ya rebasó las 60 mil, en impunidad, en el abandono de la población a la suerte del covid-19, en la multiplicidad de cárteles y grupos delictivos que asesinan, secuestran y desaparecen personas a lo largo y ancho de todo el territorio, en la destrucción de mediaciones, en la fracturación del país, en vandalismo, impunidad y miseria. Su frase en referencia a la pandemia, “nos cae como anillo al dedo”, es un buen resumen de su estrategia.

A AMLO desde siempre –desde que estaba en la oposición– todo lo que, como la enfermedad, genera desorden en el organismo social le sienta bien.

En ese caos, que sume al país en la confusión y el desconcierto, AMLO, al igual que Putin y Trump, no gobierna, pero mantiene y expande su poder. Su entendimiento de la política es el de la tragedia donde los dioses reinan en la confusión y el desastre. Con cada una de sus acciones, de sus mentiras, de sus traiciones, de sus insultos y actos arbitrarios, AMLO y sus epígonos han llevado el antiguo principio de Maquiavelo –“divide y vencerás”– a un nivel acorde con la crisis civilizatoria y la caótica distorsión del universo cibernético: “Confunde y reinarás” o mejor “siembra el caos y dominarás”. En un mundo así, amedrentado, desconcertado, abandonado a múltiples violencias, la figura de AMLO ocupa todo el espacio público y hace lo que le viene en gana. Nadie puede limitarlo porque todos, fuera de él y de sus huestes, forman parte del caos que promueven. La misma oposición, que no hace otra cosa que representar el papel que él le asignó, lo fortalece al combatirlo.

 

Su objetivo es, a lo que parece, crear lo que Surkov ha llamado una “democracia soberana” o “controlada”, cuya mecánica, según Max Seitz, periodista de la BBC, es semejante a una comedia de enredos, detrás de cuyo desequilibrio y confusión hay una subtrama: mantener desconcertada a la gente para introducir medidas cada vez más polémicas y autoritarias.

En esa extraña democracia hay, además del caos, tres elementos clave:

Controlar la información y los medios, lo que AMLO y sus huestes llevan a cabo mediante las largas peroratas de las mañaneras y sus elaboradas redes sociales, “las benditas redes”. En esa estrategia, la crítica juega su papel de refuerzo.

  Crear sustitutos de la sociedad civil, financiando grupos que ocupen el espacio público para conseguir consensos –como en las ya proverbiales consultas populares–, acotar a las organizaciones civiles o provocar confrontaciones, como sucedió durante el arribo al Zócalo de la Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz, el 26 de enero de este año, y en otras manifestaciones sociales.

  Reducir la competencia política, exaltando la corrupción de los partidos de oposición y sumando otros.

En esta lógica no importa la gente, no importa el país, no importa la seguridad ni la salud, importa el caos que, disfrazado de libertad y democracia, permite reinar y debilitar cualquier otra forma de gobierno.

La frase de uno de los personajes de Almost Zero –novela atribuida a Surkov– viene como anillo al dedo para definir la política de AMLO: “El conocimiento –dice ese personaje siniestro– trae sólo conocimiento, pero la incertidumbre, esperanza”.

Estamos ante una profunda crisis civilizatoria y una forma inédita del poder autoritario, acorde con la oscuridad de estos tiempos. Ese poder nada tiene que ver con los paradigmas con los que AMLO y sus epígonos juegan a confrontar, ni con los que sus opositores, atrapados en él, quieren combatirlo. Unos y otros forman parte de los mil rostros de la anomia que su estrategia promueve.

Para salir de ello la oposición tiene que dejar de reaccionar al juego de AMLO, y con lucidez construir una política nueva que pueda abrir un horizonte de sentido donde no lo hay. Si no lo hace, el caos del que participa terminará por devorarlo todo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.