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CÓDIGO NUCÚ

Columnas
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Mi historia con el COVID-19

A veinticinco días de haberme contagiado de COVID-19 persisten ciertas secuelas: un dolor de cabeza que desaparece por varias horas y luego vuelve, cierto agotamiento que viene acompañado de episodios de un sueño profundo, leves mareos e incluso una sensación de asco que aparece raras veces.

He repasado una y otra vez en dónde pude contagiarme y qué errores cometí. Para ser honesto, no lo sé. Desde marzo, y a mi regreso de la Feria del Libro UANLeer en Monterrey, hemos sido muy meticulosos en nuestra forma de cuidarnos en casa. Sobre todo porque tengo el privilegio de poder trabajar desde mi hogar: ya sea dando clases en línea, redactando discursos, asesorías por zoom, o escribiendo poesía y la columna.

Lo cierto es que unos días antes del festejo del día del padre, el jueves 18 de junio para ser exactos, amanecí con cierto dolor en la garganta. Una leve tos parecía asomarse y tuve esa sensación de cuando uno se va a resfriar que vino acompañada de un dolor agudo en la espalda baja. Ese día evité salir del cuarto y pedí que nadie entrara, pero sobre todo que monitorearan a los demás miembros de la familia. Me llamaron alarmista, por cierto, pero valió la pena.

De inmediato, y por las lecturas que había tenido al respecto buscando siempre documentarme, supe que algo estaba mal y me aislé. Tenemos la fortuna de que el médico de la familia es ahora uno de los especialistas encargados del área COVID del IMSS y acudió a mi llamado de inmediato, lo cual agradeceré por siempre.

Cuando lo vi entrar al cuarto con cubrebocas, careta, bata azul y guantes, confieso que tuve miedo. Once años atrás, en 2009 y en ese mismo mes de junio, el síndrome de Guillain Barré me dio una experiencia muy difícil dejándome al borde de la muerte y casi en terapia intensiva. Así que lo primero que pasó por mi cabeza fue que quizá mi oxigenación iba a fallar e iba a terminar internado (nuevamente) en alguna sala de algún nosocomio respirando por tubos, lo cual es siempre una moneda al aire y los propios médicos lo dicen.

Creo que el doctor adivinó mi temor y me explicó a detalle cómo evoluciona esa enfermedad. Le pregunté todas mis dudas, incluso si las secuelas del síndrome que me atacó en 2009 iban a cobrar otras facturas y entendí, tras todas las respuestas, que la capacidad de mi sistema inmunológico iba a ser puesta a prueba y de eso dependía mucho mi evolución.

Los primeros seis días fueron para mí de simples molestias. Nada del otro mundo. Pude leer, escribir un poco, ver las noticias y alguna serie o película, e incluso degusté mis alimentos. Sin embargo, al día siete pude sentir el brazo poderoso del COVI-19. Desperté a las tres de la mañana temblando, literalmente con muchos escalofríos, como si una fiebre de 40 grados estremeciera mi cuerpo. Sentí las articulaciones como si hubiesen sido golpeadas con un mazo y en la espalda como un tapete de espinas punzando. Luego llegaron el vómito y una leve diarrea. Lo curioso fue que el termómetro marcaba apenas 38 grados y ni el paracetamol podía calmarme.

Del día siete al once de haber sido infectado, es decir, cinco días seguidos, me estremecí al grado de sentir que mi corazón se iba a detener en repetidas ocasiones: al menos esa sensación tuve y sí, da miedo. Sentí como si una mano estuviese dentro de mi pecho y me punzara con el índice y en mi desesperación hice lo que alguna vez leí en un blog de medicina: me forzaba a toser para prolongar lo que pudiera venir. Cabe señalar que en este periodo se me fue el apetito (algo raro en mí) y tuve una sudoración excesiva que me hacía cambiarme de ropa hasta cuatro veces al día.

Tomé los medicamentos que mi doctor me dio al pie de la letra y los acompañé de algunos tés, limonadas calientes con miel y remedios caseros. Sólo después del día once caí en la cuenta que la sensación de altas temperaturas había desaparecido. Lo mismo el dolor de cuerpo, la sudoración excesiva y la molestia en mis articulaciones (quienes me conocen saben que vivo con dolor de éstas desde 2009).

El día doce escribí un post buscando que quienes me leyeran supieran del porqué de mi ausencia en mi muro, pero sobre todo tratando de ayudar a que quienes entran a las redes entiendan que esta enfermedad es terrible, que ni al peor enemigo (si es que tuviera alguno) se le desea. Recibí innumerables muestras de cariño: llamadas, mensajes, audios y bendiciones, incluso de quienes no tengo el gusto de conocer y eso me dio más ganas de seguir. Creo que algo he hecho bien hasta hoy que existe mucha gente que me quiere y a la que quiero. 

Hoy sé, tras platicar con mi doctor, que haber comenzado a ejercitar mi cuerpo desde enero y romper con el sedentarismo me ayudó mucho. Lo mismo la modificación de mis hábitos alimenticios y el alejarme de la bebida desde hace ya un año cinco meses. De otra forma quién sabe qué cara me hubiese presentado el COVID-19 y no sé si estuviese hoy escribiendo esta columna.

Afortunadamente libré la batalla. Pese a que siento que no me atacó tan fuerte, es una experiencia bastante complicada. Y ojo que eso no me hace inmune a no volver a contraerlo y debo seguir extremando cuidados, más de los que ya tenía. Eso es fundamental tenerlo presente.

Entiendo perfectamente que un estado tan pobre como Chiapas, y un país cargado de comorbilidades como México, están pagando facturas muy altas. Pero también sigo leyendo no sólo dejos de ignorancia al tratar de negar una enfermedad que se ha llevado a uno de mis mejores amigos y a varios conocidos a la tumba, sino la estupidez misma de muchos que siguen sin creer y opinan sandeces. ¡Vaya que no tienen idea de lo que dicen!

Por lo pronto aquí estoy. Cuídense y tomen todas las medidas que sean necesarias. Gracias a todos aquellos que han tenido una palabra de aliento y apoyo a mi persona. Gracias a mis amigos por estar cerca y pendientes de mí. Pero sobre todo gracias a mi familia que estuvo ahí siempre, y con sus cuidados y palabras de aliento me ayudaron mucho.

Para despedirme quisiera comentar que en los días más grises de la enfermedad me atacó una depresión extraña que no me ayudaba a mejorar. No sé si a todos los que se han contagiado les ha pasado lo mismo, tampoco sé si coinciden sus padecimientos con los míos, sólo espero sirva esta historia para que usted se cuide y  con ello proteja a sus seres queridos.   

#Manjar No entiendo qué tienen en la cabeza las personas que agreden al personal médico en Chiapas. En el ISSSTE, familiares de un paciente golpearon e insultaron a la doctora Alejandra Natarén, quien es médico de guardia de urgencias del área COVID de esa institución. Lo mismo pasó en el IMSS donde un sujeto agredió al personal y luego estrelló su vehículo en la clínica Las Palmas dejando destrozos y dándose a la fuga. Es de suma importancia que las autoridades competentes tomen cartas en el asunto y se castiguen estos hechos sin contemplaciones. No se puede permitir que los episodios de violencia que ponen en riesgo la integridad de quienes están tratando de combatir esta pandemia queden impunes. El Estado debe aplicar la ley y punto. #Indefendible “¿Quieres oír un sueño?... / Pues anoche / vi la brisa fugaz de la espesura / que al rozar con el broche / de un lirio que se alzaba en la pradera / grabó sobre él un “beso”, / perdiéndose después rauda y ligera / de la enramada entre el follaje espeso. / Este es mi sueño todo, / y si entenderlo quieres, niña bella, / une tus labios en los labios míos / y sabrás quién es ‘él’ y quien es ‘ella’”. Manuel Acuña. #ElPoema // La recomendación de hoy: el libro Dub Sar La angustia de Gilgamesh por la muerte de la escritura de Nérvinson Machado y el disco Perfect Symmetry de Keane. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

* Miembro de la Asociación de Columnistas Chiapanecos.

* Delegado en Chiapas del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa.