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Presidencia de la República entre Meade y López Obrador

*Uno patrocinado por el aparato del Estado, el otro por el voto popular *Miguel Mancera, candidato sin posibilidad alguna

 

Cuando José Antonio Meade Kuribreña fue designado candidato único del PRI a la Presidencia de la República, el mensaje al electorado y a la militancia priísta fue en extremo funesto.

Era la aceptación expresa de que detrás del compacto priísmo cupular, no había uno solo de sus correligionarios capaz de ganar la elección presidencial en el 2018.

Ni Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, y menos Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, tenían los votos suficientes de los poco más de 87 millones de electores mexicanos.

La decisión del Presidente Enrique Peña Nieto se dio a pesar de que Osorio Chong estaba considerado como el priísta mejor posicionado para disputar la elección 2018 a López Obrador.

Es evidente que en una decisión de ese tamaño se midieron todos los riesgos y los pocos beneficios de la candidatura de Meade Kuribreña.

Como híbrido entre un extraño priísmo y panismo es previsible una desbandada de ambos partidos, jamás compensada con la adhesión de algunos o muchos electores panistas y priístas así como de otras opciones políticas derechistas.

La aserción tiene sustento a partir de una encuesta reciente de El Universal que evidencia la escasa competitividad del PRI y su candidato Meade. Las preferencias electorales se inclinan hacia Morena con un 24 por ciento, el PAN muy cerca con 23 puntos y el PRI a la mitad del camino con apenas 13 por ciento, en tanto que la debacle del PRD es notoria con su escaso 6 por ciento del electorado favorable.

Bajo esa expectativa, al PRI y a su candidato le queda sólo el aparato de Estado para ganar y repetir otro fraude electoral tan practicado durante los 88 años del ciclo priísta.

La fuente de tan socorrida institución vendrá de la poderosa estructura electoral del PRI, la participación abierta de los 14 gobernadores priístas a los que se sumarán los traidores de otros partidos políticos en los Poderes estatales, el financiamiento clandestino con cargo al erario federal y desde luego las aportaciones de la banca y el capital privado, interesados en que Meade sea el próximo presidente de México.

Si la elección presidencial fuera el día de hoy, el ex secretario de Hacienda no tendría la menor posibilidad de ganar. Pero como faltan siete meses, la operación política encaminada a hacerlo Presidente tiene tiempo suficiente para invertir las tendencias electorales que hoy anuncian una derrota anticipada del ya lejano invencible legendario priísmo.

Con todo y que el PAN tiene en este momento el segundo lugar en las preferencias electorales y trata de conformar un frente ciudadano, es previsible que quede fuera de la contienda electoral.

Si se concreta sin disensos el cacareado Frente, el panista Ricardo Anaya se apunta para convertirse en candidato presidencial, en tanto que Miguel Ángel Mancera amenaza con asumirse como candidato del PRD si hay dedazo en el Frente.

En ambos casos la causa está perdida. Anaya nada garantiza como candidato frentista o panista en solitario. El PAN sólo ha tenido dos momentos estelares que no volverán a repetirse con el muchachito de la sonrisita permanentemente congelada.

El PAN jamás ganó las dos elecciones presidenciales en la que resultó vencedor en el 2000 y el 2006. Vicente Fox en vez de ser presidente debió de haber terminado en la cárcel.  Cuando a Ernesto Zedillo le presentaron las pruebas de que el candidato del PAN era inelegible porque recibía aportaciones monetarias de empresas petroleras y eléctricas estadounidenses, en vez de proceder penalmente, se limitó a decir que el proceso electoral estaba ya muy avanzado y un encauzamiento en contra de Fox llevaría a la conclusión de que el PRI quería perpetuarse en el poder.

Así, con un fraude electoral al revés, con apenas el 9 por ciento de las actas computadas, Zedillo, en usurpación de la investidura de José Woldenberg, presidente del Instituto Federal Electoral, declaró a Vicente Fox presidente electo de México.

Felipe Calderón tampoco ganó la elección presidencial del 2006. Patrocinado por Vicente Fox, apenas pudo “ganar” a López Obrador con el 0.52 por ciento de la votación nacional y el veredicto desaseado de la magistrada ponente Bertha Alfonsina Navarro: “Se detectó intromisión del presidente Vicente Fox, pero no fue determinante para el resultado de la elección presidencial”.

Con tan semejante resolutivo Berthita documentaba y se hacía partícipe del fraude electoral.

Ahora hasta Miguel Ángel Mancera se siente con tamaños para ganar la Presidencia de la República, cuando que es un candidato de caricatura.

Sin ningún recato se atreve a decir que si hay dedazo en el Frente Ciudadano él será el abanderado presidencial del PRD. Nada más ridículo de tan desafortunada aseveración. Mancera no tiene con qué ganar.

Mancera apenas es heredero de la apropiación que el PRD se hizo de la capital de República desde 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas.

En el 2012 ganó con el 65 por ciento de la votación, pero gracias a la intervención de su jefe Marcelo Ebrard, ya que por sí solo nada tenía que ofrecer al electorado del entonces Distrito Federal.

La elección del 5 de junio de 2016 para elegir Constituyente en la Ciudad de México, exhibió a un Mancera en decadencia política y terminó con sus aspiraciones presidenciales.

El nivel de desaprobación a su pésima gestión fue evidente. De una lista nominal de 7 y medio millones de electores únicamente votó el 28.7 por ciento que representa apenas la ridícula cantidad de 2 millones 146 mil sufragios.

No hay que olvidar que los votantes participan en las urnas en función de un candidato con carisma, exactamente de lo que Mancera carece, o la protesta en contra del gobernante que no cumplió con la oferta política prometida en campaña.

Se evidencia entonces que si ni en su propio territorio Mancera alcanzó una votación significativa, menos podrá lograrlo en el resto del país y sus posibilidades de convertirse en Presidente son totalmente nulas.

Así pues, la batalla electoral del 2018 se reduce al oficialista José Antonio Meade y a López Obrador. Uno patrocinado por el aparato de Estado y el otro por el voto popular.

Como parte de su proselitismo electoral, Andrés Manuel propuso una amnistía para los que persistentemente ha llamado la mafia en el poder y también para los jefes de las bandas criminales. Suficiente para que el general secretario Salvador Cienfuegos y el almirante Francisco Soberón lo criticaran bajo el estigma de populista.

Sólo que la propuesta de López Obrador tiene sentido. La delincuencia organizada del país tiene una importante base social que finalmente representa votos.

Cuando Joaquín “El Chapo” Guzmán fue detenido, las manifestaciones de apoyo se hicieron presentes en los municipios de Guamúchil, Jesús María y Culiacán.

La razón es evidente. La derrama económica a cargo de ‘El Chapo’ es parte fundamental en el desarrollo de la zona y otros lugares del país, y quedarse sin esos recursos incita a una debacle estrepitosa.

La presencia de ‘El Chapo’ entre los sinaloenses quedó de manifiesto con las mantas de apoyo que le dedicaron: “Queremos libre al Chapo.  Chapo hazme un hijo”, entre otras expresiones a su favor.

Así las declaraciones de López Obrador no están tan erradas y además del propósito electoral, le asiste la razón cuando que es preferible amnistiar que continuar con la cadena interminable de cientos de miles de muertos de una guerra contra el narcotráfico sin solución.  Ampliaremos…