Por favor, pónganse serios porque la cosa es seria (también usted, amigo de la playera verde, ¿de qué chingaos se ríe)… no están ustedes para saberlo, imponderables amigos contrapoderantes, pero ya saben que a mí me encanta el chisme, y aunque hoy me encuentro lejos no estoy alejado del diario acontecer de mi querida Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), y me entero con profunda pena (siempre he sido muy penudo), desgraciadamente con mucha frecuencia, que los vicios y la corrupción en su seno, desvirtúan su razón de ser y traicionan a toda la sociedad chiapaneca.
Y es que, hasta donde yo sé, y eso que no sé nada, la UNACH fue creada, entre otras cosas, para promover, por el dinamismo y racionalidad de su estructura, sus métodos y su estilo pedagógico, la formación de hábitos y actitudes que formen chiapanecos capaces de convertirse en agentes conscientes del desarrollo, es decir, con creatividad, capacidad de autoaprendizaje, sentido crítico, disciplina y sentido de la responsabilidad personal y social, porque en el contexto global de cambios acelerados en el que estamos insertos, las instituciones de educación superior en Chiapas, de manera especial la UNACH por tratarse de la primera, son las principales responsables de responder al reto de formar chiapanecos para este nuevo mundo, a través de sus dos funciones principales: la formación de profesionales y ciudadanos plenos que contribuyan al desarrollo integral del estado.
Sin embargo, en la UNACH nos encontramos con cabrones que están haciendo exactamente lo contrario, como es el caso de un tal Isaac Castillo que cobra como coordinador en la Facultad de Humanidades. Dejen les cuento: resulta que un grupúsculo de alumnos gûevones de la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericanas, tronaron como chinampinas el curso de sociolingüística del sexto semestre, y en lugar de ponerse a estudiar, se presume que asesorados por el por cual Isaac Castillo, indignados enviaron un oficio de inconformidad, armaron un “pancho” en la rectoría y asunto arreglado, como por arte de magia sus pésimas calificaciones se inflaron a su satisfacción.
Desde luego, todo hace suponer que el mentado Isaac Castillo contó con la complicidad de los integrantes del Consejo Técnico y del director de la Facultad, un tal Gonzalo Girón, quienes trataron de explicar el milagro, dizque aplicando un “examen oral ordinario” que, de acuerdo al sentido común y al reglamento académico, debería ser “extraordinario”. Claro que, para aplicarles dicho examen, pasándose el citado reglamento por donde les hace remolino el cuero, eligieron a un par de docentes “a modo” y así, los alumnos Gelmar de Jesús Castro, Sebastián de Jesús García, Miguel de Jesús Serrano, Jesús Emmanuel Vera y Ashid Dafne López, que en el examen escrito obtuvieron 4.5, 2.0, 2.0, 1.5 y 1.5, respectivamente (¡Jesús me ampare!), después de incumplir cabalmente sus responsabilidades universitarias y desafiando a Pitágoras, lograron que los 4, los 2 y los 1, se convirtieran en 7 (¡adió!)
Es claro que en esta tranza, perdón, en este asunto los involucrados se pasaron la Ley Orgánica por el “arco del triunfo” y eso es muy preocupante, porque si los estudiantes universitarios adolecen de los defectos observados, su formación mostrará “lagunas” (océanos) y áreas deficitarias en su formación profesional, mismas que se manifestarán en conceptualizaciones defectuosas, aprendizajes incompletos, errores de proceso, respuestas fuera de contexto, equivocaciones y deficiente rendimiento académico.
Ante estos actos dolosos y carentes de toda ética por parte del coordinador Castillo Hernández y de los alumnos en cuestión, supe que se presentó oficio y las evidencias necesarias de estos lamentables sucesos al Director de la Facultad de Humanidades y, ¿qué creen?, no pasó nada. Lamentable, porque una nota falsa y su posterior legalización en los documentos oficiales, no es simplemente una “puntada”, es una grave distorsión de la verdad, porque las notas no son simples apreciaciones arbitrarias y ligeras sobre el nivel de aprendizaje de los estudiantes.
Las notas finalmente, sustentan documentos legales que certifican la competencia de los alumnos en habilidades fundamentales para la vida diaria. Muchas injusticias se han cometido en nombre de calificaciones que son imaginarias cuando no se sustentan en criterios de evaluación reales. Las notas son estrictamente proporcionales a la calidad, amplitud y profundidad del logro académico de los estudiantes. Aprender y sacarse buenas notas no deberían ser opciones excluyentes. Una cosa no debería ocurrir sin la otra. Puede ocurrir claro, cuando las notas se regalan por trivialidades, por evitarse problemas con las familias, por un “billete” o por aspectos estructurales más complejos asociados a la forma como están pensadas las universidades.
En cualquier escenario, es hora de tomarse las notas en serio. Los damnificados de las notas regaladas o asignadas a la ligera son no sólo los estudiantes, sino también los docentes y directivos cuyo criterio profesional vale madre. Bueno, eso digo yo, pero no me hagan mucho caso.