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La designación de rector en la UNACH

Editorial
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Desde la fundación de la UNACH, en los últimos 40 años siempre ha existido un elemento en común de todos los gobiernos de la entidad: la falta de visión, de conocimientos, de políticas académicas y de experiencia para liderar un proyecto en educación superior.  Pese a todas esas limitaciones los gobernantes chiapanecos han tomado decisiones sobre la UNACH, -desde imponerle autoridades y definir el presupuesto-, lo que ha impedido el desarrollo universitario y terminó convirtiendo a la universidad en una oficina más de la administración pública estatal. Esto aún y cuando a la UNACH se le concedió desde un principio la autonomía, que buscaba proteger a la institución de la intervención gubernamental.

 

La UNACH nació en los mismo años que un conjunto de universidades públicas estatales, que se crearon durante el gobierno de Luis Echeverría, bajo la política de desconcentrar la educación universitaria impartida en la UNAM, y no sobre una necesidad de atender a problemáticas sociales y la de encontrar soluciones a los problemas del desarrollo de la entidad desde una perspectiva académica.

Esto ocasionó que la UNACH naciera para atender fundamentalmente a los alumnos y no para que acompañar en el desarrollo de la entidad, fue así como la docencia se convirtió en el único propósito de la institución, bajo circunstancias difíciles, en virtud de que la entidad carecía de los recursos humanos altamente capacitados para dar respuesta a la demanda de educación superior. Esto produjo una contratación de personal docente sin una idea clara de la importancia de profesores de tiempo completo con las mejores credenciales académicas. A punto tal que se terminó contratando a profesores que no estaban titulados y muchos de ellos tenían como máximo grado de estudios la licenciatura, en el que, desde su fundación, no hubo una apuesta hacia la calidad en la formación de profesionistas.

El punto de partida de la universidad resulta significativo porque se creó sin un proyecto de desarrollo académico y eso marcó el devenir de la institución en dos sentidos: no consolidó una planta docente con el grado de doctor y no se desarrolló la función de la investigación, que terminó siendo vital en un mundo globalizado.

Ligado a esta situación, la universidad empezó a vivir conflictos políticos que condujeron a la destitución de las autoridades universitarias –el primer rector de la UNACH fue destituido después de reelegirse, lo que produjo que la atención se centrara hacia la solución de los problemas internos y no hacia la conformación de un proyecto académico, que convirtiera la tarea universitaria en un proceso de “producción y transmisión de saberes responsables y la formación de profesionales ciudadanos igualmente responsables.”

Esto no ha cambiado en los tiempos actuales, en donde existen 800 profesores de tiempo completo en la universidad, la mayoría con el grado de doctor, pero ese nivel no se refleja en el número de miembros en el Sistema Nacional de Investigadores ni en la investigación que se realiza en la institución ni en la calidad y compromiso social de los egresados. La UNACH, hay que decirlo, no viene cumpliendo con su responsabilidad social, de generación de conocimientos y en la formación de profesionistas con una visión transformadora y con un amplio compromiso social.

Esta carencia en parte se debe a que los liderazgos académicos no conducen los destinos de la universidad y a que se premia la simulación con doctorados de fines de semana con dudosa calidad, pero también a la injerencia gubernamental, que le ha impuesto caprichos y ocurrencias al crecimiento y cobertura de la universidad, en donde se ofertan programas académicas solo para complacer a políticos y no con una planeación, con el firme propósito de dar respuesta a los sectores sociales y productivos y coadyuvar en el desarrollo sostenible de la entidad.

Esta injerencia gubernamental ha sido perniciosa para la universidad, a punto tal que se han impuesto a rectores, que nunca debieron de haber tomado decisión alguna en la UNACH.

Hoy se vive una coyuntura de designación de rector en la institución, lo grave es que desde el gobierno actual y el electo, se mantiene la misma actitud nociva de dañar el trabajo universitario, y existe la pretensión de imponer un rector ajeno a la universidad y para ello se mencionan cuatro nombres que no tienen trayectoria académica y que van de la farsa a lo ridículo.

Estos son José Antonio Molina Farro a quien se le quiere inventar un currículum académico sin serlo, bajo el reconocimiento de haber ganado un premio nacional con su tesis de licenciatura, pero que en los 40 años subsiguientes de su vida no ha hecho nada de prestigio académico; se menciona a Roberto Domínguez Castellanos, quien fuera rector de la UNICACH, pero que en su gestión no se lograron justificar más de 300 millones de pesos observados por el Órgano de Fiscalización, en el que extrañamente no se ha turnado su expediente a la fiscalía, debido a las complicidades que existe en el desvío de esos recursos; se menciona a Juan Carlos Gómez Aranda, quien fuera secretario general de gobierno, quien por su pasividad y más por su comportamiento pusilánime ocasionó el desbordamiento de los problemas de gobernabilidad que vive hoy Chiapas; y por último, se menciona a Enoc Hernández  Cruz,  quien representa el prototipo del político corrupto, falto de principios y de promoción al culto a la personalidad que raya en problemas psicopatológicos.

Con la exposición de esos especímenes, ni Manuel Velasco ni Rutilio Escandón y en medio de los dos Jesús Agustín Velasco Siles, quien manda realmente en la UNACH,  deben de tomar una decisión sobre quien será el próximo rector de la UNACH, pues esa es una responsabilidad que compete única y exclusivamente a los órganos internos de la universidad.