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Thu, Apr
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La obligación de gobernar

Editorial
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En Chiapas estamos sufriendo el peor desastre natural en esta administración, que pone en evidencia la ausencia de gobierno de los últimos 14 años. Carreteras sin mantenimiento, puentes mal hechos, ríos y presas azolvadas, deforestación de bosques y selvas, ausencia de políticas ambientales, mala planeación en los asentamientos humanos, una inadecuada prestación de servicios públicos y a la corrupción en el manejo de los recursos destinados para atender los desastres y la reconstrucción.

En este momento los daños en 54 municipios de la entidad son incalculables; hay personas que en un instante perdieron todo y hoy quedan en la peor de las orfandades. Lo más lamentable en los desastres naturales, es que los grupos que más sufren y tienen pérdidas mayores son los que viven en condiciones de vulnerabilidad; quienes son sometidos a problemas de alimentación, al consumo del agua, a la pérdida de la vivienda, a la pérdida de sus cosechas y animales, al deterioro de los suelos de cultivo, al padecimiento de enfermedades e infecciones y al desplazamiento forzado por los desastres y donde los que más sufren son los niños, las mujeres, los enfermos  y los adultos mayores.

La magnitud del desastre hace ver lo desarticulado que están las acciones en los tres ni-veles de gobierno; no hay una coordinación y los reportes de los daños se vuelven más trágicos por la parálisis que se percibe, en donde la cabeza en protección civil se encuentra ausente y los servicios de salud está eclosionados, por culpa de un secretario que convirtió en un show el combate al coronavirus y convirtió en odios personales las críticas y ahora se dedica a perseguir a médicos y enfermeros en un momento en que más se re-quieren de la solidaridad de los trabajadores del sector salud.

En la población chiapaneca cualquier esperanza de mejora social se encuentra desmoronada. Hoy se requieren más que nunca de los liderazgos sociales, de esos personajes risilientes con actitudes positivas que saben tomar decisiones en los momento difíciles, que saben armar redes de ayuda mutua y que tienen la capacidad para desarrollar capacidades sociales de autoorganización. Pero la cultura de la dádiva y de control del voto institucionalizado en Chiapas en las últimas décadas ha mutilado este capital social que ahora se hace imprescindible.

Lo peor en este momento de dolor y desesperanza en cientos de miles de pobladores en Chiapas, es que a este desastre le quieran sacar provecho electoral y aparezcan los miserables de la política promocionándose, regalando despensas y tomándose fotos con los damnificados. De igual manera resulta lamentable la falta de sensibilidad de los funcionarios públicos, que en me-dio del peor desastre realizan actividades insensatas, como reunirse con los dirigentes de los partidos, como lo hizo el secretario de gobierno o promocionarse en la celebración del aniversario de una torre noticiosa, que ha hecho del periodismo el ejercicio de la extorsión y la mentira, como lo hizo el fiscal del Estado.