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La ficción de los resultados electorales

Editorial
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Los resultados de las elecciones en algunos municipios en la entidad no reflejan el manifiesto malestar de las personas. Por ejemplo en Tapachula, la candidata que ganó del partido Morena tenía su principal oposición en los militantes y simpatizantes de ese partido y las principales críticas a la gestión de Rosy Urbina en el período en que fue presidente municipal sustituta es la falta de transparencia, su incumplimiento en la entrega de la cuenta pública y su sumisión a la empresa cervecera concesionaria de la Corona, que controla la venta de cerveza en las cantinas, bares y prostíbulos de la región. 

Caso similar se presenta en Tuxtla Gutiérrez, en donde el propio gobernador intentó bajar de la contienda a Carlos Morales, que a su vez, no se caracteriza por su simpatía ni por un buen manejo en las relaciones públicas y cuenta con un amplio rechazo de la población. De allí que sorprende el resultado de un triunfo arrollador, que sólo se puede entender por la copiosa participación de los beneficiarios de los programas sociales y por la campaña de temor que se desarrolló desde la presidencia de la república, que señalaba que la derrota de Morena implicaba la desaparición de los apoyos sociales.

La contienda electoral enfrentó por un lado, a un grupo de partidos putrefactos, que nunca han  representando a la población y los intereses de estos partidos son ajenos al interés popular; por el otro se encuentra un gobierno que destina cientos de miles de millones de pesos en regalar dinero, consolidando una cultura de la dádiva, cuyo fin es la de conformar un ejército potencial de votantes. Esta situación muestra que las elecciones no fueron un proceso equitativo, sobre todo por el despliegue presupuestal que se utiliza para condicionar el voto a población en pobreza y en condiciones de vulnerabilidad. 

En Chiapas un importante núcleo de los sectores medios salió a votar, pero este voto difícilmente se convierte en ganador, pues representa solo el 20 % de la población, pues el 80% restante es población en pobreza y pobreza extrema, que es beneficiaria de la cultura de la dádiva instituida con los programas sociales, y cuya población es controlada a través de los padrones oficiales.  Bajo esta perspectiva no se puede hablar de un triunfo de Morena y mucho menos se puede afirmar que el gobernador entregó buenas cuentas, en virtud de que el triunfo electoral se consiguió empleando las viejas prácticas del PRI, con el acarreo y las amenazas, cultura que este gobierno debió de desaparecer, pues ofertó una transformación de la política, pero en realidad siguen siendo lo mismo.

Lo grave de esta situación es que los triunfos son ficticios, en virtud de que los ganadores continúan manteniendo el malestar y el rechazo de sectores de población, lo que abre la posibilidad de los conflictos postelectorales, como se vienen gestando en distintos municipios, en el que paradójicamente los enfrentamientos se vienen presentando entre militantes del Verde en contra de Morena, que en el papel son aliados, pero que en los hechos mantienen disputas que pueden ser irreconciliables.