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Tue, Apr
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La crisis del régimen político

Editorial
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El régimen político mexicano ha dado muestras evidentes de su agotamiento. La primera fue en el movimiento estudiantil de 1968, que obligaba a la renovación de las prácticas políticas y a la renovación de los liderazgos y cuadros políticos. La segunda fue en el desprendimiento del PRI de la corriente democratizadora liderada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que ocasionaron un cisma en el partido y un proceso electoral de 1988 competitivo, en el que se asegura que el PRI de Carlos Salinas de Gortari le robó las elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas.

 

Una tercera llamada fue el 1 de enero de 1994, con el levantamiento indígena zapatista en Chiapas, que puso en evidencia la crisis de legitimidad de la clase política. Una cuarta fue en las elecciones del año 2000, en el que la población salió a votar en contra del PRI, lo que permitió la formación del primer gobierno de la alternancia en el país. Hoy día se está viviendo una quinta etapa de crisis de un régimen político que no termina de morir, pero en el que el nuevo régimen no termina su nacimiento.

El régimen político surgido de la Revolución Mexicana ya no da para más. El partido hegemónico del PRI se desnaturalizó, cuando se instalaron a partir de 1982 políticas y programas neoliberales en el gobierno, contrarias al principio del Estado social, surgido después del movimiento constitucionalista de 1917, y con ello se dio el desmantelamiento de la nación, que tenía su espíritu fundacional en la Revolución Mexicana.

El régimen político viene arrastrando una crisis por más de 45 años, crisis que se profundizó con la instauración de las políticas neoliberales, que hundieron en la pobreza y la desigualdad social al país. A punto tal, que la economía mexicana sólo creció en un 2% en los años de 1982 al 2016, que representa uno de los crecimientos más pobres en América Latina, en ese mismo período.

La crisis del régimen político, que es también la crisis del Estado-nación, ha permanecido oculta. Pero al mismo tiempo esta crisis es impostergable. El presidencialismo, tal y como lo conocemos, con atribuciones metaconstitucionales, que sitúa al presidente por encima de la ley y de los otros dos poderes es insostenible.

Lo grave de esta crisis, es que existe una pobre calidad en la práctica democrática en la sociedad mexicana y una ciudadanía vaga, a la que durante más de 80 años le ha sido expropiada su capacidad de participación política; con un sistema de partidos deficiente y con poca presencia de un Estado de derecho.

La construcción de un nuevo régimen político no es un asunto sencillo y más cuando existe poca experiencia en participación ciudadana y la toma de decisiones en la vida pública, están marcados por un creciente autoritarismo, que permea todos los ámbitos de la vida cotidiana.

La debilidad del sistema de partidos no ayuda en las circunstancias actuales, y más porque existe una desacreditación social de los políticos. Eso abre la posibilidad a los liderazgos mesiánicos que en nada ayuda en la construcción de un régimen democrático. Pero que en las circunstancias actuales se convierten en la tabla de salvación.

Los retos en los siguientes meses son muchos, porque se requiere de un nuevo régimen político y además es indispensable la refundación de la nación.