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Los riesgos de equivocarse en el 2018

Editorial
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El pasado 14 de febrero Pablo Salazar hizo público su proyecto de renovar el movimiento de la esperanza, que en el año 2000 le permitió ganar la gubernatura de Chiapas. Esta convocatoria la realiza en una coyuntura en donde se presenta una efervescencia electoral, en el que sin duda existe la intención de influir en el proceso y en el que él pueda llegar a ocupar un cargo de elección en el Congreso de la Unión.

 

Esta visión, parte de un espíritu esperanzador, que se sustenta en la vieja idea en que a través del voto se puede cambiar el curso de la historia del país y por supuesto del Estado. Al respecto, la historia demostró que esa idea no es tan cierta. En las elecciones del 2000 se votó por un cambio y el PRI por primera ocasión perdió las elecciones presidenciales, pero ese cambio que se convocaba nunca llegó con el gobierno de Vicente Fox y menos con el gobierno de Pablo Salazar quien ganó las elecciones en Chiapas, pero en el que nunca hubo el proyecto para transformar las condiciones sociales de la entidad y se apostó a obras faraónicas -alguna de ellas injustificadas-, pero que le permite al gobernante la posibilidad de pasar a la posteridad.

 A mediados de los años 90 –como producto de la crisis de diciembre del año de 1994-, se pensaba que nadie podía gobernar peor que el PRI; pero después de 12 años de gobierno de alternancia, esa opinión empezó a cambiar, el PAN en la presidencia gobernó peor y en Chiapas los gobiernos aliancistas del PRD, terminaron hundiendo en la pobreza y la desigualdad a la población. Eso condujo a que en las elecciones del 2012 el PRI recuperara la presidencia de la república y que la entidad fuera ganada por una alianza PVEM-PRI.

Lo peor de los gobiernos del PAN -Vicente Fox y Felipe Calderón-, es que no desmantelaron el régimen político autoritario instituido en el país y gobernaron sobre la misma estructura y condiciones con lo que lo hacía el PRI. Dicho en otros términos, no fueron modificadas las atribuciones supraconstitucionales que tiene el presidente, que es lo que impide la división de poderes y que haya una subordinación de éstos al Poder Ejecutivo. 

En Chiapas la historia no fue diferente. Ambos gobiernos –Pablo Salazar y Juan Sabines-, vendieron la idea de un gobierno de izquierda, en el que la represión, el encarcelamiento, la simulación, el autoritarismo y la corrupción, representaron claves significativas del estilo de gobierno. Durante estos gobiernos se pervirtieron las instituciones y los partidos políticos se desnaturalizaron, a punto tal que desde el gobierno se impusieron liderazgos en los partidos y se palomeaban a los candidatos a puestos de elección popular. Estos gobiernos, surgidos de la esperanza del cambio, terminaron sepultando la transición democrática y apostaron a los acuerdos políticos de unanimidad, como sólo sucede en las dictaduras y en los gobiernos tiránicos.

Las promesas y la ilusión de cambiar el país y los rumbos de Chiapas a través del voto ya se vivieron en otra ocasiones y los resultados fueron nada esperanzadores. Por ello volver a esa vieja cantaleta no puede dejar nada positivo, sobre todo si quien encabeza esa nueva promesa no pudo cumplirla en el momento en que tuvo la posibilidad de hacerlo.

Las condiciones del país y de la entidad nunca habían estado tan adversas como en este momento. Por eso la disyuntiva del voto vuelve a surgir como si fuera una esperanza, pero en realidad el voto por sí sólo no puede ser determinante para la transformación de la sociedad, sobre todo porque se requiere de una masa de población informada y educada, con niveles altos de participación política y convencida de que los cambios son productos de la amplia participación ciudadana y no de los políticos.