La promoción de la cultura del odio

Editorial
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En México la política se está convirtiendo en un proceso complejo, desgantante y desesperanzador; en donde se viene cerrando el paso que permita construir gobierno y a cambio de ello se está promocionando una cultura del odio, que conduce a la destrucción del adversario, en el que está ausente el interés del bien común y prevalece el interés personal o de grupo, que actúa como una cofradía que vende la ilusión del cambio, pero que divide a la sociedad mexicana.

La forma como se vienen desarrollando los escenarios políticos, la política no se utiliza para construir acuerdos sino para convertir en enemigos a los adversarios, en donde primero se les descalifica y luego se les destruye. En la teoría de la democracia, Giovanni Sartori fue muy claro cuando señaló que la democracia es una forma más complicada de gobierno, pues se establece sobre el respeto de los derechos de la mayoría. En cambio las dictaduras son más fáciles de gobernar, en virtud de que lo primero que desaparece son los derechos y se acaba o se anula a la oposición.

México ha tenido una experiencia por décadas de gobiernos sin oposición, hasta se dio el lujo de inventarla para tener un referente político. De esa manera surgieron los partidos políticos en el país, como una necesidad del régimen que permitiera simular ejercicios democráticos, a la vez que disminuyeran las críticas internacionales por la falta de vida democrática, a punto tal, que una referencia que se construyó sobre los gobiernos del PRI, es que no era una dictadura sino una dictablanda, y Octavio Paz definió al régimen dl PRI como el Ogro Filantrópico, que a la vez de que podía ser malo también era generoso y se preocupaba por la población.

La figura del ogro filantrópico empieza a encarnar en el presidente López Obrador, en virtud de que tiene extraviado el sentido de la democracia, como proyecto de vida, que durante décadas se viene intentando construir. No por algo Mario Vargas Llosa definió al régimen político de México como la dictadura perfecta, y en el establecimiento de la transición democrática, lo volvió a definir como México la democracia imperfecta.

Las imperfecciones de la democracia mexicana encuentran ahora un riesgo mayor: la dificultad de utilizar a la política como un proceso de negociación y como la vía necesaria para construir acuerdos. Por eso se reproduce la idea del adversario como enemigo político y se fomenta la cultura del odio, que implica la destrucción del enemigo. En este momento se vive una coyuntura que se vuelve un imposible que los adversarios políticos se sienten en una negociación para definir el proyecto que más se acerque al bien común. El peor discurso que puede existir en este momento, es el que predica el presidente, cuando ordena a sus correligionarios en el Congreso de la Unión, que no se modifique ni una sola coma a sus iniciativas de ley. Con ese discurso no se puede construir gobierno y se recrudecen las disputas. Por eso la cultura del odio se reproduce en los medios, en las calles y en las familias. Con ello se cierra la posibilidad de cualquier proyecto de vida democrática y de respeto a las minorías.