El sistema político mexicano surge como una consecuencia de la Constitución de 1917, que le otorga facultades metaconstitucionales al presidente de la república, lo que le permite poseer una concentración de poderes extraordinarios y que prefigura un sistema presidencialista, en donde en el papel existe una división de poderes que no aplica ni funciona, lo que posibilita la figura de un presidente que está por encima de la ley y sin límite alguno, más que el que le otorga su propia conciencia o su autoresponsabilidad.
En este sentido, nadie está por encima del presidente, cuyo poder no se comparte con nadie ni está sujeto a ninguna disposición, aunque exista un juramento que señala expresamente de cumplir y hacer cumplir la ley. Por esta razón, el historiador Daniel Cosío Villegas definió a este sistema como una monarquía sexenal absoluta y Octavio Paz lo llamó el “Ogro filantrópico”, en el que puede ser feroz, pero al mismo tiempo es generoso, es un filántropo que regala o proporciona el bienestar y más recientemente el escritor Mario Vargas Llosa lo llamó la dictadura perfecta.
En el año de 1997, cuando el PRI perdió por primera ocasión la mayoría en el Congreso, surgió la posibilidad de ponerle límites al poder del presidente, se abrió el régimen a un pluralismo político y se empezó a hablar de la transición a la democracia, que era un imposible construir por las facultades metaconstitucionales del presidente, que cobijaba el autoritarismo en lugar de un proyecto de democracia. Esta transición de la democracia parecía consolidarse con el gobierno de la alternancia que surgió en el año 2000 con el triunfo electoral de Vicente Fox, que tampoco obtuvo la mayoría en el Congreso y que obligaba a privilegiar una política de alianzas y de construcción de acuerdos que fortalecía el pluralismo político; sin embargo esta transición quedó inconclusa porque no se eliminaron las facultades metaconstitucionales del presidente, ni se consolidó la división de poderes y el presidente continuó montado y gobernando con la misma estructura del sistema autoritario.
Con el triunfo de López Obrador, cuyo principio político era la transformación, se abría la posibilidad de la construcción de un proyecto de democracia, que eliminara los poderes extraconstitucionales del presidente, que se consolidara el pluralismo político y que se construyera una verdadera división de poderes pero sucedió lo contrario, el presidente López Obrador aprovechó para sí mismo la estructura del viejo sistema político y lo revivió con una reconcentración de poder en manos del presidente, que combatió la existencia del pluralismo político, que anuló el poder del Congreso, que combatió a todos los organismos autónomos capaces de construir una verdad distinta a la enarbolada por el presidente, que con ataques desde la presidencia, que representa el poder del Estado, empezó a intimidar el ejercicio de la libertad de expresión y que con miles de millones de pesos convertidos en programas sociales compró popularidad y sumó voluntades y lealtades, que mostraron la existencia del “Ogro filantrópico” de Octavio Paz, de tal modo que la frase de Vargas Llosa que hablaba de la dictadura perfecta se transformó en la expresión de la democracia imperfecta.
Con el ascenso de la Dra. Claudia Sheinbaum surge la renovación de la esperanza de construir un régimen democrático, que abandone las prácticas del autoritarismo y el de la simulación democrática, lucha política en donde ella surgió y caminó desde su juventud, se abandonen las ocurrencias y la soberbia del ejercicio del poder, en donde los límites del poder sea la autoresponsabilidad del gobernante, que se perdió en los últimos seis años, en el que privó la desmesura, el hubris del presidente, en el que se inventaron enemigos del gobierno, se limitó el pluralismo político, se acusó a periodistas y organismos defensores de derechos humanos y se abandonó el ejercicio de gobernar por un activismo político, en donde lo relevante fue ganar las votaciones y no la construcción de nuevas ciudadanías.
La renovación de la esperanza
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