La pesadumbre de los últimos días

Editorial
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Cada uno de los exgobernadores mantiene firme sus intereses políticos y económicos en Chiapas y se encuentran al acecho para tomar por asalto la gubernatura y reproducir o dar continuidad a los cacicazgos que no han sabido gobernar la entidad y no se ven visos que sus posibles herederos sepan cómo hacerlo.

 

Jorge de la Vega Domínguez ganó la gubernatura en el año de 1976, pero a un año de su gobierno, abandonó la entidad para ocupar la secretaría de industria y comercio en el gobierno de José López Portillo, provocando el surgimiento de los gobiernos de interinatos, que mucho daño le hicieron a Chiapas por la pérdida de legitimidad. En las entrañas de ese gobierno se gestó la movilización popular más importante de la entidad, que dos décadas después estallaría como la rebelión indígena zapatista. Y ahora pretende regresar como grupo al poder a través del senador Luis Armando Melgar.

La rebelión indígena zapatista de 1994, evidenció ante todo, el fracaso de la clase política chiapaneca que no tuvo la capacidad para ejercer gobiernos que respondieran socialmente a las necesidades de la población. Por ello, ese movimiento representó una oportunidad inmejorable para trasformar la forma de gobierno y la clase gobernante en la entidad; pero eso no le interesó al gobierno del presidente Ernesto Zedillo, quien primero destituyó al gobernador electo de Chiapas, Eduardo Robledo Rincón, que de manera pusilánime abandonó el Estado, pero años después, con motivo de la masacre de Acteal, el presidente impulsó a la gubernatura a Roberto Albores Guillén, quien resultó el más fiel entendedor de lo que fue la política de paramilitarización en las comunidades indígenas, lo que provocó la violencia y la división que a la fecha se continúa viviendo.

La política implementada por el gobierno de Albores fue de constante agresión a las comunidades zapatistas, quien dejó de lado el interés social de construir las condiciones para la firma de la paz. Incluso, el programa de remunicipalización impulsada por ese gobierno, tuvo la firme intensión de paramilitarizar la región y de agresión a los municipios autónomos zapatistas. No por algo el subcomandante Marcos lo apodó el “Croquetas”.

En el año 2000 los resultados de las elecciones en el país y en Chiapas condujo a la formación de gobiernos de alternancia. La presidencia de la república la ganó Vicente Fox y la gubernatura de Chiapas Pablo Salazar.

Pablo Salazar llegó a la gubernatura con el respaldo de todos los partidos opuestos al PRI y los grupos políticos, donde se incluye el del Obispo Samuel Ruíz y del EZLN. La responsabilidad de construir un gobierno de transición, que fuera en realidad diferente, que fortaleciera las instituciones y las prácticas democráticas, le correspondieron al gobierno de Pablo Salazar, pero esa gestión fue un gobierno fallido, quien no supo entender esa responsabilidad histórica, y no fue capaz de formar una nueva generación de políticos, que abrazaran un proyecto de vida democrática. Y para desgracia de los males de Chiapas, no pudo construir un sucesor y dejó como su heredero a Juan Sabines Guerrero, considerado como el peor gobernante de la historia de Chiapas.

Fue Pablo Salazar, 12 años después de iniciado el movimiento zapatista, el que permitió el retorno al poder, de la vieja y rancia clase gobernante -responsable de la rebelión indígena zapatista-, nada más que ahora a través de sus cachorros.

Con el gobierno de Juan Sabines Guerrero, se reposicionó la vieja clase gobernante que estaba cuestionada por el movimiento zapatista y se terminó consolidando con la presencia política de los hijos y nietos de los exgobernadores.  Esto canceló la posibilidad de la transición democrática, pues se reconstituyó el antiguo régimen con todas las prácticas, vicios y corruptelas. De allí que no se haya podido construir una sociedad chiapaneca diferente y que ni siquiera se hayan roto los viejos lazos de dominación tradicional que perduran en la entidad.

El gobierno de Sabines representó la descomposición plena del ejercicio público, en donde la voluntad popular fue burlada y pisoteada, sobre todo en las votaciones intermedias, en donde salomónicamente se le asignaron cuatro diputaciones federales, al PAN, al PRI y al PRD, en el mayor fraude electoral con la complicidad de los partidos, y cuya descomposición política se manifestó con el enriquecimiento de la mayoría de los funcionarios de ese gobierno.  

El gobierno de Manuel Velasco Coello en poco se diferencia al gobierno de Sabines, aquí se entronizó la indiferencia, la impunidad y la corrupción, que anida en el corazón de los jóvenes colaboradores del gobierno, que mostraron prisa por enriquecerse rápidamente y no cuidaron las formas.

En el quinto año de gobierno la encrucijada está en la sucesión. Los amigos del gobernador no crecieron y enfrente hay cuatro exgobernadores que no sólo disputan el poder con sus cachorros y amenazan con romper el frágil equilibrio sino que retan a Velasco Coello, quien no supo gobernar y prácticamente se quedó sin cartas para el 2018.

Los últimos días se prevén de incertidumbre y soledad y se corre el riesgo que cada día que pase sea aún peor. El ámbito nacional no se resuelve, la dirigencia del partido verde le dio la espalda al único gobernador que tiene y las cosas en Chiapas se complicaron más de lo esperado; una mala decisión puede llevar a la gubernatura a Roberto Albores o a Luis Armando Melgar y en pocos días se va a vivir un ajuste de cuentas, en el que los carniceros de hoy van a ser las reses de mañana.