La crisis del nuevo PRI

Editorial
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En la víspera de la Asamblea Nacional del PRI, en la que está en riesgo el futuro de ese partido, pocos ponen en duda que el nuevo PRI -que proclamaban los jóvenes priistas que llegaron al poder del país encabezados por Enrique Peña Nieto-, demostraron que son peores que los representantes del viejo PRI, que por lo menos tenía oficio político y mostraba señales de un nacionalismo mexicano.

 

Este nuevo PRI, de jóvenes gobernantes – Javier Duarte, César Duarte, Rodrigo Medina, Roberto Borge, Humberto Moreira, Enrique Peña, Luis Videgaray y Miguel Osorio-, demostraron ser más rapaces y corruptos, a tal grado que terminaron vendiendo el subsuelo de la nación, en medio de la peor crisis económica, en la que el peso mexicano se devaluó más del 40% de su valor en lo que va de este gobierno.

Pero la situación real del país no es sólo de crisis económica sino también de un agotamiento del régimen político surgido en la Revolución Mexicana.

En los últimos 50 años, el régimen político mexicano ha vivido cuatro convulsiones que indicaban su reforma: la primera, en el movimiento estudiantil de 1968, que obligaba a una reapertura política, que se hizo a medias en 1977 con la reforma política; la segunda, en 1988, con la escisión de la corriente democrática del PRI y que produjo la candidatura a la presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y el dudoso triunfo de Carlos Salinas de Gortari; la tercera, con el surgimiento del movimiento zapatista el 1 de enero de 1994, que obligó a una reforma electoral que abrió las puertas a un gobierno de alternancia; la cuarta, en las elecciones del 2000, en el que el PRI fue derrotado y se preveía su desintegración, pero no fue así y ese partido recuperó la presidencia en el 2012. Hoy se vive la quinta crisis del régimen político, lo que obliga a que se tomen decisiones para una reforma profunda, lo que implica a la vez,  la reconstrucción de la nación.

La crisis del régimen político es también la crisis del sistema de partidos en el país, en el que todos ellos han reproducido en su interior las prácticas autoritarias y antidemocráticas del PRI. Esto significa que los partidos se priisaron, en menor o mayor medida, lo que significa que no responden a la construcción de un proyecto democrático, que permita superar la crisis que vive el régimen político.

El futuro del país es incierto, no sólo por la crisis económica y sus consecuencias en la desigualdad social, sino también por la crisis política y de pérdida de sentido como nación, en virtud de que hoy día permanece difuso el espíritu fundacional de la nación mexicana, que se encuentra en la Revolución, misma que fue desmantelado por los gobiernos neoliberales, que tomaron el poder en el país en 1982 y que a la fecha continúan gobernando.

Pero la crisis actual del régimen político tiene un elemento que no se había presentado. El régimen es de características presidencialistas, en el que el presidente de la república es todopoderoso y asume un papel paternalista, cuyo poder paradójicamente, es el que está siendo cuestionado en las calles con el grito de fuera Peña Nieto, que en realidad es fuera el presidente.

Este rechazo significa una debilidad del presidente, lo que genera, sobre la base de los hechos, la infuncionalidad del régimen político, que se estableció sobre las bases de un presidente fuerte, por encima de los otros poderes del Estado y de la constitución misma. Esta debilidad y desprestigio del presidente mella el papel político del PRI, que nunca como ahora se encuentra sin brújula y sin el liderazgo que requiere para hacer frente al proceso electoral del 2018, en el que se rumora, que después de la Asamblea Nacional del PRI, la apuesta para la presidencia podría ser la de un candidato que actualmente no llega ni al 2% en la intención del voto.