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Pablo Salazar anuncia su registro como candidato al senado

Editorial
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El exgobernador Pablo Salazar decidió registrarse como candidato independiente al senado, en el que se juega en un volado sus posibilidades políticas. Su aspiración es legítima, pero no así su propósito de retornar a la política de la entidad que gobernó con odios y visceralidad. Por ello, bien vale la pena recordar la editorial publicada el 18 de febrero de este año, “Pablo Salazar y Juan Sabines una historia de revancha”,

 

“A 23 años de haber iniciado la rebelión indígena zapatista, el Índice de Desarrollo Humano en los municipios de la entidad no sólo no mejoró sino que en algunos aspectos tuvo un franco deterioro; a punto tal que el 78.6% de la población viven en la pobreza.

El movimiento zapatista de 1994, representó una clara muestra del fracaso de la clase política chiapaneca, que no pudo ni quiso atender y resolver las necesidades  de la población y mejorar sus estándares de vida. En este sentido, ese movimiento significó la oportunidad inmejorable para trasformar la forma de gobierno y construir una nueva clase gobernante. Lo lamentable de esa historia, es que al paso de 12 años de ese movimiento, en el año del 2006, la rancia clase política volvió a recuperar el poder en la entidad, a través de Juan Sabines Guerrero.

La responsabilidad de construir un gobierno diferente fue de Pablo Salazar, que llegó al poder con el respaldo de todos los grupos políticos, incluyendo el del Obispo Samuel Ruíz y con la simpatía del EZLN. Pero esa gestión fue de un gobierno fallido, quien no pudo formar una nueva generación de políticos y para desgracia de Chiapas, dejó como su heredero a Juan Sabines, que representaba al grupo de poder de mayor rapiña, con empresarios como Antonio Pariente y políticos como la llamada “Banda del Pañal”, que se enriquecieron con su padre y lo volvieron a hacer impunemente con el hijo.

Con el gobierno de Juan Sabines Guerrero, la vieja clase política se recuperó y paradójicamente se reconstituyó bajo un modelo de dinastía, en  la que el poder político se heredó a los hijos y nietos de los exgobernadores y con ello se canceló en Chiapas la posibilidad de la transición democrática, pues el antiguo régimen se reinstauró con todas las prácticas, vicios y corruptelas.

En el 2006, con el gobierno de Sabines, llegó una nueva generación de políticos, sin experiencia ni talento para gobernar, pero sí con el ansia de enriquecerse lo más rápido posible y muchos de ellos lo hicieron a través de negocios donde existió conflictos de interés y otros desviando en su provecho los recursos públicos.

El gobierno de Sabines representa la descomposición plena del ejercicio público, en donde la voluntad popular fue burlada y pisoteada, sobre todo en las votaciones intermedias en donde salomónicamente se le asignaron cuatro diputados federales, a cada uno de los tres partidos más importantes en la entidad, que al mismo tiempo se sometieron como una instancia del poder ejecutivo.   

El cambio generacional en el gobierno no resultó saludable para Chiapas. Sobre todo, porque resulta cada vez más evidente, que no habían concluido su preparación académica ni política para asumir la alta responsabilidad de gobernar Chiapas.  Coloquialmente se puede decir que se saltaron varias generaciones, pero no para bien de Chiapas.

Hoy día la entidad vive una crisis social en peores condiciones que en el 94 cuando se suscitó el levantamiento armado zapatista. Y junto a ello se vive un proceso sucesorio en donde los exgobernadores están empecinados en poner a sus hijos y ahijados en la gubernatura, pero a la vez existe una inacción política del gobierno que permite y quizá fomenta un escenario de  cobro de facturas entre Pablo Salazar y Juan Sabines.

Ni Salazar Mendiguchía ni Sabines Guerrero quieren entender que sus tiempos en Chiapas fenecieron. Los dos gobernaron la entidad pero ninguno supo construir un  conjunto de políticas que permitieran cambiar los rumbos de la historia de Chiapas y constituyeron gobiernos de tiranía, con prohibiciones y persecuciones enfermizas que terminaron aniquilando las condiciones de transición democrática que les permitió llegar a la gubernatura.

El proceso del 2018 es el escenario del no poder que señaló Pablo Salazar en el que se volverían a encontrar con Juan Sabines, en donde se prefigura una confrontación, en el que la disputa mostrará quien es el peor, pero en el que Chiapas no puede esperar nada bueno, en virtud de que ambos ya demostraron lo dañino que son para la entidad.“