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La inacción del gobierno

Editorial
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El movimiento zapatista de 1994, dejó en evidencia ante todo, el fracaso de la clase política chiapaneca para ejercer  gobiernos que respondieran a las necesidades más sentidas de la población. En este sentido, ese movimiento representó la oportunidad inmejorable para trasformar la forma de gobernar, renovar a la clase gobernante y construir un nuevo destino para Chiapas; pero solo pasaron de 12 años de ese movimiento y la rancia clase política volvió a recuperar el poder en la entidad, con uno de sus cachorros: Juan Sabines Guerrero.

 

Después del movimiento zapatista, sobre Pablo Salazar recayó la responsabilidad de construir un gobierno diferente. Él llegó al poder con el respaldo de todos los grupos políticos, incluyendo el del Obispo Samuel Ruíz y con la simpatía del EZLN. Pero esa gestión fue de un gobierno fallido, quien no pudo formar una nueva generación de políticos y para desgracia de Chiapas, dejó como su heredero a Juan Sabines Guerrero, que representaba al grupo de poder de mayor rapiña, con empresarios como Antonio Pariente y políticos como la llamada “Banda del Pañal”, que se enriquecieron con su padre y lo volvieron a hacer impunemente con el hijo.

Con el gobierno de Juan Sabines Guerrero, se consolidó la presencia política de los hijos y nietos de los exgobernadores y con ello se canceló la posibilidad de una transición democrática, con una clase política renovada, pues con Sabines se reconstituyó el antiguo régimen con todas las prácticas, vicios y corrupciones.

En el 2006, con el gobierno de Sabines, llegó una nueva generación de funcionarios, sin experiencia ni talento para gobernar, pero sí con el ansia de enriquecerse lo más rápido posible y muchos de ellos lo hicieron a través de negocios donde existió conflictos de interés y otros desviando en su provecho los recursos públicos.

El gobierno de Sabines representa la descomposición plena del ejercicio público, en donde la voluntad popular fue burlada y pisoteada, sobre todo en las votaciones intermedias, en donde salomónicamente y al margen de la voluntad popular, se asignaron cuatro diputados federales, a cada uno de los tres partidos más importantes: PAN, PRI y PRD.  

Con el ascenso de Manuel Velasco Coello al gobierno, se consolidó una nueva generación en la administración pública y en los cargos de elección popular, acordes con la edad del nuevo gobernador que apenas rebasaba los 30 años y eso generó el desplazamiento del grupo con mayor experiencia y conocimiento para gobernar en la entidad.

El cambio generacional en el gobierno no resultó saludable para Chiapas. Sobre todo, porque resulta cada vez más evidente, que no habían concluido su preparación académica ni política para asumir la alta responsabilidad de gobernar Chiapas.  Coloquialmente se puede decir que se saltaron varias generaciones, pero no para bien de Chiapas, que vive ahora la peor crisis de su historia.

Hoy el Estado padece peores condiciones socioeconómicas que cuando se suscito el levantamiento armado zapatista; los datos económicos son alarmantes: 7.8 de cada 10  chiapanecos viven en la pobreza y la pobreza extrema y la economía local no ha tenido crecimiento en los cinco años que van de este gobierno. El semáforo económico de la entidad muestra todos los indicadores de medición en rojo, lo que refleja el fracaso de estos gobiernos.

A la par de esta situación se vive una crisis de gobernabilidad y de inseguridad. Hay una indiferencia hacia la atención de los problemas sociales y el gobernador ha dado muestras claras de que gobernar es una actividad irrelevante.