El Estado mexicano funciona insatisfactoriamente para todos

Editorial
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Desde antes de los sismos del 7 y 19 de septiembre, amplios sectores de la población ya manifestaban diferentes expresiones de profundo malestar, sobre el estado de cosas que se están viviendo en México.

 

Se puede llegar a pensar que estas expresiones de enojo son reflejo de la crisis social y económica, pero en realidad, se percibe cada vez con mayor fuerza en el país una crisis todavía peor: la crisis del Estado.

Son varias señales que indican que en México el Estado entró en crisis. Las burocracias no están cumpliendo con eficiencia sus obligaciones ni responsabilidades; no hay una eficacia en la aplicación de la ley; hay una crisis en la representación política, en donde los diputados y senadores no representan los intereses de la población ni los intereses de la nación; hay una debilidad del sistema de partidos; los organismos estatales no tienen la credibilidad sobre la preocupación del bien común; hay una ausencia de capacidad de crear una cultura sólida para la democracia; hay dificultades para crear bases firmes que resuelvan la pobreza y la desigualdad social y lograr tasas progresivas de crecimiento económico; en estos momentos no hay condiciones para construir legitimidad con legalidad; no hay una eficacia funcional y territorial del Estado y del orden social, lo que genera problemas de gobernabilidad; el narcotráfico tienen una fuerte presencia en más de la mitad del territorio y erosiona la autoridad del Estado; y la corrupción está generalizada en todas las relaciones sociales sean del mundo público o privado.

Hoy día la sociedad mexicana tiene una fea imagen sobre sí misma. Por eso canaliza su malestar hacia el gobierno, hacia el PRI, hacia los partidos y hacia los candidatos. Por eso va in crescendo la exigencia de quitar el financiamiento a los partidos, a quienes se les acusa de corrupción de camarillas y liderazgos, de negocios familiares y de no tener representación.

De igual manera manifiesta su cólera  hacia las prácticas de proliferación del oportunismo, que utilizan algunos políticos para acrecentar su popularidad en los tiempos de campaña y en los desastres, aparecen y se aprovechan del dolor de las personas.

Todo este malestar contiene un imaginario en la población que no logra expresarse pero que se percibe: El Estado en México funciona insatisfactoriamente en todos los aspectos.

Esta idea la intuyen las elites políticas y económicas y buscan contrarrestar el malestar de la población con ideas y mensajes simbólicos. Por eso el llamado de que se va a superar la crisis y la insistencia de que México está en pié. Por eso también realizan exhortos a la unidad, en la que también peligrosamente llaman a reducir las críticas o a reconocer los logros del gobierno. Por último, suelen existir convocatorias del gobierno para firmar pactos económicos, como si estos fueran la panacea para la solución de los problemas de la población, en el que se aplican programas de restricción presupuestaria y en donde los sectores de la población más afectados son los pobres y las clases medias.

Bajo estas circunstancias, el mayor error que se puede cometer es pensar que todo este malestar en producto de la crisis social y económica, pues con ello se omite que el problema es más grave, porque lo que hay es una crisis del Estado y como sociedad no estamos preparados para sustituir lo que se está muriendo y a la clase política no le interesa impulsar la reforma del Estado con el fin de cambiar el régimen político.