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ACUERDO SOBRE EL PROGRAMA NUCLEAR DE IRÁN

Columnas
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Uno de los logros más destacados de la diplomacia multilateral en los últimos tiempos es el Acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. Sus principales estipulaciones pueden agruparse en tres rubros: en primer lugar, la suspensión, por parte de Irán, de todas las actividades dirigidas al uso de la energía nuclear para fines no pacíficos; en segundo lugar, la suspensión paulatina de las sanciones económicas impuestas a ese país por Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU; en tercer lugar, el establecimiento de un régimen riguroso de supervisión de los compromisos adquiridos por Irán. La agencia encargada de llevar a cabo tal supervisión es el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el cual informa periódicamente al Consejo de Seguridad los detalles de sus inspecciones. Del resultado positivo de esas revisiones –cabe insistir que hasta ahora así lo ha sido– depende la suspensión de sanciones.

 

El Acuerdo puso fin a uno de los motivos de mayor tensión en la convulsa región del Medio Oriente. Participaron en su elaboración los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, así como el gobierno de Teherán. Cuando las negociaciones llegaron a su fin el texto fue sometido a la consideración de todos los miembros del Consejo de Seguridad, quienes lo aprobaron por unanimidad en una histórica sesión a mediados del 2015.

Las negociaciones estuvieron circunscritas a las actividades en materia nuclear de Irán. No fueron objeto de ellas las acciones de Irán en otros ámbitos de sus relaciones exteriores, como sus políticas ante los problemas de Siria, las diferencias con Arabia Saudita o la simpatía por grupos que algunos consideran terroristas.

El Acuerdo tuvo desde sus comienzos la profunda oposición de Israel y de los llamados halcones del Partido Republicano. El primero tiene un historial peculiar en materia de armamento nuclear. No ha suscrito el Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares (TNP), el instrumento multilateral existente de mayor envergadura para evitar la fabricación de tales armas. Se sabe que cuenta con tecnología y materiales suficientes para montar una bomba nuclear si decidiera hacerlo. Su desconfianza hacia el Acuerdo proviene, según sostuvo recientemente Netanyahu, de los informes de servicios de inteligencia que aseguran que Irán continúa llevando a cabo actividades prohibidas en el mismo Acuerdo. Imposible asegurar la veracidad de tal información.

Para las voces más duras del Partido Republicano, entre las que se encuentran la del recién nombrado canciller Mike Pompeo y la del asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, el Acuerdo deja abierta la puerta para que Irán renueve sus actividades nucleares en el futuro próximo, y en el largo plazo no protege los intereses de Estados Unidos en Medio Oriente. La realidad es que ambos ven con recelo los resultados de negociaciones colegiadas en las que Estados Unidos no hace sentir plenamente su poder hegemónico.

Dentro de las numerosas y confusas declaraciones de campaña, Trump condenó repetidas veces el Acuerdo. Tales condenas forman parte de su animadversión a todos los logros alcanzados por su antecesor y la voluntad de revertirlos como parte de su propósito de empañar la memoria de Obama. El propósito es imponer, a través de un discurso ramplón y deliberadamente contradictorio, una narrativa engañosa que habla de reconstruir “la grandeza de América”.

La decisión de Trump de abandonar el Acuerdo, dada a conocer el 8 del presente mes mediante una declaración plena de furia y agresividad, no fue una sorpresa. Se sabía que fueron inútiles los esfuerzos de los líderes de Alemania, Francia y Reino Unido por hacerlo cambiar de opinión. Es una decisión que tiene alcances graves para el futuro de la seguridad y de la paz internacionales; afecta la confianza y entendimientos entre Estados Unidos y los países de Europa occidental, la estabilidad del Medio Oriente y el valor de las instituciones multilaterales para el mantenimiento de la paz.

En efecto, el desconocimiento del Acuerdo nuclear acentúa profundamente la desconfianza de los aliados de Europa occidental sobre el grado en que persisten entendimientos que, desde el fin de la Segunda Guerra mundial, fueron eje rector de la seguridad colectiva en el Atlántico Norte. Son ya varios los puntos en los que las diferencias son notables. De naturaleza distinta pero significativa son los desacuerdos sobre políticas para combatir el cambio climático. A pesar de abrazos y sonrisas en la Casa Blanca, los sentimientos verdaderos de Emmanuel Macron cuando visitó Washington son los que expresó en su discurso en el Congreso. Las diferencias entre la visión francesa y la trumpiana de la paz internacional son muy grandes. Lo mismo ocurre en el caso de Angela Merkel y el canciller del Reino Unido, Boris Johnson.

Al hacer suyas las posiciones de Netanyahu, Trump fortaleció la posición de Israel en el Medio Oriente, lo cual no pavimenta el camino para buscar soluciones a otros problemas de enorme complejidad, como es la búsqueda de un entendimiento para el caso de Palestina. Asimismo, anuda, todavía más, los obstáculos para poner fin a la guerra civil en Siria. No sería extraño que ocurran allí enfrentamientos militares entre Irán e Israel.

Ahora bien, el mayor daño a la paz internacional se encuentra en el desconocimiento de las normas contenidas en la Carta de Naciones Unidas relativas a las funciones y poderes del Consejo de Seguridad. De acuerdo con los artículos pertinentes de dicha Carta (24 y 25), “los miembros de las Naciones Unidas convienen en aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad”. El Acuerdo fue aprobado en ese órgano por unanimidad. Su cumplimiento es, pues, obligatorio. Se trata de un hecho que ha sido simplemente ignorado, ni siquiera mencionado por Trump. Desde esa perspectiva, ¿qué papel queda reservado para el Consejo de Seguridad en el futuro?

La pregunta anterior es sólo un botón de muestra de las consecuencias tan disruptivas que tiene para la legalidad internacional, para la acción multilateral y para la búsqueda de la paz la lamentable decisión de Donald Trump.